Columna: PARA LA COMUNIDAD
Por: Fernanda Ileana Cueto Flores*
Diciembre llega, basta con que el aire se vuelva un poco más frío, que las calles empiecen a llenarse de luces y que las familias hablen de reuniones, para que entendamos que entramos al mes donde la cultura mexicana toma fuerza, forma y sentido. Es el momento del año en el que las tradiciones salen de los libros, de los recuerdos y de las historias familiares, para convertirse en experiencias vivas que se comparten, se escuchan, se comen y se sienten.
El primer gran movimiento cultural del mes es el 12 de diciembre. El Día de la Virgen de Guadalupe convierte a México en un país que camina. No importa si se trata de peregrinos avanzando lentamente por las carreteras o de familias que llegan a su parroquia del barrio: todos participan, de una u otra forma, en una tradición que reúne fe, identidad y comunidad. Más allá de la devoción, es un día que habla de unión. De cómo millones de personas, desde distintos rincones, convergen para repetir un acto que ha superado siglos sin perder significado.
A partir del 16, las Posadas cambian la atmósfera del país. Cada noche, durante nueve días, las comunidades se organizan en una convivencia que mezcla música popular, memoria religiosa y un sentido profundo de colectividad. Las letanías, quizá uno de los sonidos más característicos de diciembre, acompañan a niños con velitas, adultos cargando guisados para compartir y familias que abren sus puertas para recibir a vecinos que quizá solo ven en estas fechas. Es un recordatorio de que la vida comunitaria sigue existiendo, aunque a veces lo olvidemos.
En ningún otro momento del año la cultura popular mexicana se expresa con tanta claridad como cuando aparece la piñata. Esa estrella de siete picos, colorida y brillante, cuelga sobre el patio convertida en el centro de atención. Siempre hay risas, tensión, emoción. La piñata explota y los dulces caen como lluvia, mientras el ponche calientito espera en la mesa con su mezcla familiar de guayaba, canela, tejocote y manzana. Es una escena que podría repetirse en cualquier rincón del país y aun así conservaría un sabor único.
Luego llega la Nochebuena, el 24 de diciembre. Una noche donde la cena tiene un papel especial, no por lujo, sino por tradición. Cada familia guarda una receta que se prepara “como se ha hecho siempre”: el pavo que tarda horas en el horno, los romeritos que todos esperan, el ponche que huele a hogar, los tamales que reúnen a varias manos en la cocina. La comida se convierte en un puente emocional que conecta generaciones y en un lenguaje que dice “aquí perteneces”. En muchas casas también hay pastorelas, esas obras teatrales que combinan humor, improvisación y personajes que llevan siglos haciéndonos reír.
El 25 de diciembre es más tranquilo. Las calles parecen detenerse un poco. Es un día que invita a observar los nacimientos, esas pequeñas escenas artesanales que cambian según la región. Los de barro de Metepec, los tallados de Oaxaca, los tejidos, los pintados, los modernos, los enormes, los diminutos. Cada uno es una pieza cultural que revela la creatividad mexicana y la manera en que cada familia interpreta la tradición.
Días después llega una celebración particular: el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, en esta fecha lo que domina es el juego, el humor y las bromas que todos conocen. México demuestra aquí su habilidad para mezclar historia e ingenio, seriedad y risa. Es un día donde la cultura se vive con ligereza.
Y finalmente aparece el 31 de diciembre. Las últimas horas del año se vuelven un ritual colectivo. Las familias se preparan para cerrar un ciclo y abrir otro. Las uvas, los brindis, las maletas, las velas, los abrazos a medianoche… cada gesto parece pequeño, pero todos juntos forman un lenguaje simbólico que expresa esperanza. La idea de empezar de nuevo también es una tradición, quizá la más universal de todas.
Al terminar el mes, queda claro que diciembre no es solo un conjunto de fechas marcadas en el calendario. Es un escenario donde la cultura mexicana se vuelve más visible, más fuerte, más cercana. Diciembre nos recuerda que las tradiciones son vivas: cambian, se adaptan, se reinventan, pero siguen teniendo un poder especial para unirnos.
Y tal vez por eso cada año esperamos diciembre con cierta emoción. Porque no solo anuncia fiestas: nos devuelve a nuestras raíces. Nos hace mirar hacia afuera las calles, las luces, la comunidad, y también hacia adentro nuestros recuerdos, nuestra historia, nuestra identidad.
Diciembre es siempre un recordatorio de lo que somos y de lo que queremos seguir conservando. Un mes donde México se reconoce a sí mismo.
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