Columna: LA LIBRETA DE JACK
Por: Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*
Cada año, Presidentas y Presidentes, se preparan para uno de los actos más simbólicos dentro del ámbito municipal: el informe de gobierno. Concebido originalmente como ejercicio de rendición de cuentas sobre el estado actual que guarda su administración; también puede percibirse, como la oportunidad para saber si los gobernantes están a la altura de los compromisos asumidos. Se dice que el mejor aliado de la historia es la memoria, y por eso, cada gobierno busca como objetivo que su informe no sea sólo un acto que describa el sendero recorrido y el destino a donde se dirige el Ayuntamiento de que se trate, sino que además «al menos en el aspecto teórico», deje constancia en el tiempo, de que en la toma de decisiones, se antepuso el bien común, la inteligencia y la experiencia; es decir, la construcción de una visión presente y futura para no desviarse del objetivo, sin embargo, en la praxis, tal acto protocolario parece obedecer más a una cuestión política que un acto de eficacia y eficiencia administrativa en congruencia con el Plan Municipal de Desarrollo. De ahí que sea oportuno cuestionarse, si el informe de gobierno sigue cumpliendo con su propósito original, o si por el contrario, sea necesario reinventarlo para transformarlo en un instrumento que no dependa de escenarios y discursos, sino de contenido y diálogo, pues de no cambiar, es o será un simple monólogo cuidadosamente redactado para un fin específico. El informe, no debe ni tiene que justificarse en su obligación legal1 o tradición histórica, sino por su utilidad, porque un municipio no se gobierna con aplausos, sino con resultados. Gobernar, implica sumar esfuerzos y voluntades, para que a pesar de las diferencias políticas, se converja en la idea de atender, sin distingos partiditas, las causas de todos y cada uno de los sectores sociales; de tal oportunidad, que en un ejercicio de autocrítica, debe analizarse y valorarse, si el formato actual del informe se ajusta a la realidad, o si sólo funciona como escaparate institucional donde se destacan logros y se minimizan pendientes, reduciendo su utilidad sustantiva, pues de ser así, corre el grave riesgo de convertirse, como otros símbolos públicos, en un reloj sin manecillas, que permanece en su sitio, ocupa un espacio, pero no marca el tiempo real. Aun cuando los informes, por su misma naturaleza, puedan conllevar a un acto de carácter político, no por ello deben alejarse de su fin práctico: privilegiar la transparencia y rendición de cuentas; pues éstos son útiles sólo cuando permiten entender el rumbo de las acciones de gobierno, no cuando se limitan a celebrar logros. En suma, no basta con decir lo que se hizo, sino en explicar por qué se hizo y qué resultados produjo para transformar la realidad de los gobernados; en otras palabras, evaluar de manera crítica su contenido y exigir mejoras en la gestión pública, pues no debe olvidarse, que el deber de comunicar no concluye con la entrega del informe: empieza cuando la ciudadanía puede cuestionarlo. Y a ti, ¿Cómo te gustaría que fuera el formato de los informes de gobierno?...

1 Artículo 17 de la Ley Orgánica Municipal del Estado de México.
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