Columna: SEMBRANDO CIENCIA
Por: Dr. en C. Juan Martín Talavera-González*
Imagina un parásito tan diminuto que no puedes verlo a simple vista, pero capaz de alterar el comportamiento de un pez, deformar su cuerpo e incluso causar su muerte. Estos seres existen, y se llaman mixozoos. Aunque su nombre suene extraño, son parientes lejanos de medusas, corales y anémonas de mar, pertenecientes al mismo grupo biológico: los cnidarios. Hace unos 600 millones de años, los mixozoos abandonaron su estilo de vida libre en el agua para convertirse en parásitos, especializándose en infectar animales acuáticos, principalmente peces y ciertos invertebrados como gusanos o briozoos. 

Los mixozoos no pueden vivir por sí solos: necesitan hospedarse en otros organismos para sobrevivir y reproducirse. Durante su ciclo de vida, utilizan dos huéspedes diferentes: primero un pez, y luego un invertebrado acuático (como un gusano o un briozoo). Lo sorprendente es que en cada huésped adoptan formas completamente distintas. En los peces, se presentan como estructuras llamadas mixosporas, generalmente redondeadas u ovaladas. En los invertebrados, se transforman en actinosporas, con formas triangulares o en “Y” que parecen pequeños molinetes. Durante décadas, los científicos pensaron que eran organismos diferentes, hasta que descubrieron que eran etapas del mismo parásito. 

Una característica clave de los mixozoos es su capacidad para adherirse a sus huéspedes gracias a unas estructuras llamadas cápsulas polares. Estas contienen filamentos enrollados con pequeñas púas que se disparan al contacto, permitiendo al parásito anclarse firmemente en la piel o branquias del pez. Esta estrategia es similar a la que usan las medusas para inmovilizar a sus presas, aunque en los mixozoos se ha adaptado para la infección. 

Una vez dentro del pez, los parásitos viajan por el torrente sanguíneo hasta órganos vitales como los riñones, el hígado, el cerebro o los músculos. Allí se desarrollan dentro de pequeñas bolsas llamadas plasmodios, que pueden contener miles de esporas. Aunque invisibles al ojo humano en su forma individual, estos plasmodios a veces son visibles como manchas blancas o cremosas en el cuerpo del pez. 

Uno de los ejemplos más impactantes es la enfermedad del giro, causada por el parásito Myxobolus cerebralis. Este mixozoo invade el cráneo y la columna vertebral de los salmones, dañando el cerebro y los nervios. Los peces infectados pierden el control de sus movimientos y comienzan a nadar en círculos, como si persiguieran su propia cola. Este comportamiento anómalo los agota, dificulta su alimentación y puede llevarlos a la muerte. Hasta el 90 % de los peces infectados pueden morir, lo que representa una grave amenaza para las poblaciones silvestres y la acuicultura. 
Otro parásito preocupante es Tetracapsuloides bryosalmonae, que causa una enfermedad renal en salmones de agua dulce. A diferencia de otros mixozoos, este utiliza como segundo huésped a los briozoos (pequeños invertebrados filtradores que viven en colonias) en lugar de gusanos. La infección provoca que los riñones se inflamen y dejen de funcionar, acumulando toxinas en el cuerpo del pez y reduciendo su capacidad para transportar oxígeno, lo que se refleja en branquias y corazón pálidos. 

El cambio climático está agravando estos problemas. A medida que las temperaturas del agua aumentan, las infecciones por mixozoos se vuelven más frecuentes y severas. Por ejemplo, la enfermedad renal en salmones se intensifica cuando el agua supera los 12–14 °C. Esto representa un reto creciente para la pesca y la acuicultura, ya que no existen vacunas efectivas ni muchos tratamientos disponibles. El único fármaco conocido, la fumagilina, puede dañar los tejidos de los peces y retrasar su crecimiento si se usa en exceso. 

Afortunadamente, los mixozoos no representan un riesgo significativo para la salud humana. Aunque se han detectado en personas que consumen pescado crudo en países como Japón o Colombia, no hay evidencia sólida de que causen enfermedades graves en humanos. Sin embargo, sí pueden infectar a otros animales como anfibios, tortugas o aves acuáticas. 

La prevención sigue siendo la mejor estrategia: mantener limpios los estanques de cría, controlar la temperatura del agua y, sobre todo, nunca liberar peces de acuario en ríos o lagos, ya que podrían introducir parásitos invasores que amenacen especies nativas. 

Gracias a la investigación en parasitología, hoy entendemos mejor a estos antiguos “villanos” acuáticos. Conocer su biología no solo ayuda a proteger a los peces, sino también a los ecosistemas y a las comunidades humanas que dependen de ellos.
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