Columna: LA LIBRETA DE JACK
Por: Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*
En octubre de 1983, la Organización Mundial de la Salud «OMS» y diversos organismos internacionales, comenzaron campañas coordinadas para visibilizar la detección temprana del cáncer de mama; hoy, una de las principales causas de lucha médica y humana en el mundo, en la que más allá de estadísticas, hay rostros y voces que enfrentan una batalla diaria para continuar abrazando la existencia. 

A veces, las palabras no alcanzan para describir lo que se siente, lo que se vive y lo que se transforma, pero resultan útiles para recordar que la vida está hecha de pausas, equilibrios, y decisiones que pueden cambiarlo todo. Como ejemplo, la historia de una mujer que pudo tambalearse, pero jamás se dejó vencer, y a quien para efectos de este texto, llamaremos «Fernanda». 

Era cualquier día, uno más en el calendario, aunque después nada volvería a ser igual. Durante la rutina de su ducha matutina, descubrió un pequeño «nudo» en el pecho, justo ahí bajo la piel. Al principio, fue una simple molestia, pero el sexto sentido o innata intuición femenina, parecía susurrarle al oído, la necesidad de acudir con el médico. 

Una mastografía confirmó el resultado: «cáncer de mama», su mundo se fracturó en pedazos. Fue como si un huracán invisible hubiese arrasado con todo a su paso; las lágrimas no tardaron, el miedo la invadió y el silencio se volvió su sombra. Aun así, el diagnóstico no acabaría con su pasión por la vida. A lo largo del tratamiento, enfrentó «tormentas» de quimioterapia, caída del cabello, cansancio profundo, espejos devolviéndole una imagen extraña y un corazón desconcertado de latir sin certezas.  

Pero en medio de esa tempestad, la presencia de su familia «esas voces que nunca se rindieron», y sus propias fuerzas «esas que no creía tener», así como los médicos y enfermeras sujetando sus manos, la llevaron paso a paso, en una inevitable cirugía, la cual enfrentó con esa valentía de alguien que ya no teme perder, porque hizo del miedo el combustible que alimentó su respiración. 

Y así, lentamente, la tormenta fue perdiendo fuerza e intensidad, los días comenzaron a revertirse, lo que antes fue destrucción empezó a reconstruirse. Su cuerpo sanó, su ánimo se fortaleció y su voz volvió a sonar con gran intensidad, resurgió como el ave fénix que emerge de entre sus cenizas para iniciar un nuevo vuelo en el horizonte.  

Hoy, «Fer», transita por el sendero del presente con la mirada puesta en el futuro. Sus cicatrices «visibles e invisibles», son un recordatorio de que la fragilidad y la fuerza coexisten en un mismo espacio, ese, donde el alma aprende a volver a casa. Ahora, sus ojos brillan con la certeza de que sobrevivir no es sólo vencer al cáncer, sino reconstruirse con más sentido.   

El cáncer no borra la belleza sólo la redefine, enseña que la esperanza no es ingenua sino poderosa y que el amor propio y de quienes le acompañen, son la otra mitad del tratamiento, pues quien enfrenta esa tormenta no vuelve a ser la misma persona, porque al final, sanar no siempre significa curar el cuerpo, sino reconciliarse con él. 

Prevenir, es una forma de honrar la vida que late en cada célula, en cada sueño, en cada abrazo que aún espera ser dado. Tocar, mirar, explorar, preguntar: son gestos de amor propio. Iluminemos la mente y el corazón de color rosa.  

Por favor, cuídense y no lo dejen para después, porque a veces… el después no llega. 
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