Columna: ANECDOTARIO DE MI PUEBLO
Por: Antonio Corral Castañeda*
Entre los típicos y conocidos personajes de esta población de mitades del siglo pasado, y de quien se cuentan varias anécdotas, sin duda se encuentra Don Daniel Colín. Un hombre tal vez carente de instrucción, de carácter fuerte y poco sociable, formado por los golpes diarios de la vida en los trabajos rudos del campo. Don Daniel Colín era originario de la ranchería de Diximoxi, municipio de Atlacomulco, pero por necesidades de la misma existencia vino a radicarse a la cabecera municipal, en la calle Miguel Hidalgo No. 5, casona cuyos paredones aún se mantienen en pie (casi frente a la casa que era de don Guadalupe Monroy) ya derruida.  
Sin olvidarse de atender las actividades propias de su rancho en Diximoxi, estableció aquí un expendio de pulque que con el paso del tiempo llegó a tener prestigio y popularidad, particularmente entre el gran gremio de los arrieros (leñeros y carboneros) provenientes de La Estancia, comunidad vecina de su tierra natal, que en ese tiempo surtían de estos útiles combustibles a toda la población y para quienes ese camino y su pulquería eran paso obligado. 
De Don Daniel se platican muchas anécdotas, y como muestra aquí comentaremos dos de ellas. La primera nos dice que cierto día, motivado por el robo de ganado que entonces se daba, se entrevistó con el presidente municipal para solicitarle un permiso por escrito para portar pistola, que según sus razones le serviría para proteger su patrimonio. Se cuenta que el edil le explicó que él no estaba facultado para expedir ese tipo de autorizaciones, pero que, en atención a que se trataba de él, le iba a dar un oficio que lo ampararía únicamente en el interior del territorio municipal. Así las cosas, desde ese día y muy confiado en tal documento, Don Daniel Colín portaba orgullosamente su pistola al cinto. 
Pero en una ocasión que tuvo la necesidad de acudir a Toluca, andando por el centro de la ciudad y en virtud de que la funda de la pistola sobresalía al largo de la chamarra, quedando por tanto a la vista, lo abordó un policía al que llamó la atención, para preguntarle si pertenecía a alguna corporación policíaca. Al contestarle Don Daniel que no, el uniformado le solicitó que entonces le mostrara su permiso para portar arma, por lo que, solícito, nuestro paisano le extendió el documento que el señor presidente municipal le había expedido. Una vez que el policía lo examinó, devolviéndoselo le indicó que no tenía ninguna validez, a lo que Don Daniel le vociferó un tanto disgustado:  

¡Desgraciado! ¡Me lo imaginaba! Y levantándose la chamarra para que el gendarme viera, le dijo: ¡Por eso sólo me traje la funda! 
Otra simpática anécdota que se le atribuye a Don Daniel Colín, es la siguiente: Platicaban quienes fueron sus amigos, que siendo él uno de los primeros en adquirir y traer una camioneta, la cual utilizaba principalmente para acarrear tanto el aguamiel como el pulque, lo que era su negocio, por cierto, bastante demandado y lucrativo en aquella época, el verlo manejar era todo un espectáculo. A todas luces daba la impresión de que nunca había aprendido a hacerlo con propiedad y pericia. A quienes tuvieron la oportunidad de mirarlo circular por las tranquilas calles del pueblo, no dejaba de llamarles la atención el muy particular estilo que tenía para conducir. No obstante que ya tenía mucho tiempo de hacerlo, todo indicaba que se trataba de un simple aprendiz. Y así manejó siempre, mientras lo pudo hacer. 
Todos le reprochaban su acostumbrada forma de manejar, sobre todo y muy concretamente que no hiciera los cambios de velocidades que, según el grado de aceleración, le requería la máquina (siempre andaba en o con la primera velocidad, es decir con la máquina exageradamente revolucionada). Sin embargo, todo cuanto le dijeran le tenía sin ningún cuidado.  

Cierto día que lo acompañaba uno de los peones de confianza, al ir manejando como era habitual en él, el fiel sirviente, aburrido de su manera de conducir, con cierto atrevimiento se animó a decirle: 

---Disculpe usted la pregunta patrón, ¿por qué no le cambia la velocidad de primera a segunda y después a tercera, para no forzar tanto la máquina y así avanzar más rápido? 

La inesperada y atrevida pregunta no modificó en lo absoluto el estado de ánimo de Don Daniel, cuyo rostro ancho e impasible tan solo volteó a ver a su peón, contestándole con mucha determinación y un aire de sapiencia: 

---¡Soy tu tarugo! ¡Si la primera todavía está rebuena! 

Esta respuesta dejó sin habla y de una sola pieza a su incrédulo trabajador, quien optó por ya no decir nada, dibujando solamente una sonrisa contenida en sus lampiños labios.  

Así era Don Daniel Colín y sus ocurrencias. 

*Extracto del libro ATLACOMULCO Sus Fiestas, Tradiciones, Costumbres y Anécdotas de Antonio Corral C.
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