Columna: LA LIBRETA DE JACK
Por: Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*
Mark Twain, decía: «La historia nunca se repite, pero las combinaciones caleidoscópicas del presente ilustrado a menudo parecen construidas a partir de fragmentos rotos de leyendas antiguas», cuya reflexión más adelante se redujo a un ingenioso aforismo: «La historia no se repite, pero a menudo rima», y ¡vaya que es así!. Para comprobarlo, basta mirar el pasado desde otra perspectiva, en este caso, a través de un libro que nos da esa opción y es una buena sugerencia para su lectura.

Hay obras literarias que son como espejos convexos, exageran y ridiculizan acontecimientos determinados. Una de esas novelas «históricas», es «La cena del Bicentenario» de Héctor Zagal Arreguín, que en esa «distorsión», revela verdades que solemos ignorar, a veces cómicas, otras grotescas, pero en esas deformaciones suele advertirse lo esencial, más allá de los personajes descritos en discursos oficiales y usados como arquetipo político.

El Castillo de Chapultepec, es el escenario de un banquete anacrónico cuyos anfitriones son Carlota y Maximiliano, al que acuden por invitación: Hidalgo, Juárez, Iturbide, Díaz y Zapata. Una cena, en la que no sólo hay platillos que recorren de la cocina novohispana a la europea, sino también los egos, las contradicciones y los prejuicios de los próceres mexicanos.

El pasado no sólo es sangre y tinta, también es comida e intriga. Así, la gastronomía se convierte en metáfora, en la que los platillos más allá de manjares, son símbolos que funcionan como recordatorio de que la identidad mexicana es, al fin y al cabo, un guiso cocinado a fuego lento, en el que cada generación añade su propio condimento, a través de manos múltiples que le dan textura y la historia su inconfundible aroma, o en palabras del autor: «cada guiso guarda una memoria, cada sorbo conserva una voz del pasado».

Leer el libro, es sentarse a la mesa con fantasmas que olvidaron el protocolo, en una reflexión que obliga a cuestionarse: ¿qué significa celebrar a México, en una historia de héroes sin piel de porcelana?, cuál respuesta puede advertirse en una versión menos dogmática del pasado, cuya narrativa cuestiona el discurso oficial, devolviéndoles cierta humanidad, bajo el recurso de la sátira; en la que el clímax del texto, ocurre con la muerte por error, de Emiliano Zapata, y dadas las circunstancias, Miguel Hidalgo se convierte en fiscal, conduciendo la investigación, en la que todos sospechan de todos, pero al final, se descubre al homicida, sin embargo, aun así, el desenlace es la muerte de los presentes, y la aparición en ese escenario, de Plutarco Elías Calles.

Las páginas de esa novela no son en estricto sentido una crónica culinaria o una novela policiaca, sino que buscan dejar en sus lectores, la reflexión de que la historia no se reduce a un solo menú sino a un platillo en constante preparación, para comprendernos mejor como nación, en ese supuesto, en que los próceres como nosotros, fueron humanos, con virtudes y defectos que les permitieron acertar y errar en la toma de decisiones que para bien o para mal, impactaron en el desarrollo de México, en esencia, entender que la historia oficial tan solemne y rígida, nos fue servida como un menú repetido, frío y sin sazón.

En opinión del General Álvaro Obregón, el libro es una novela burlona, reaccionaria y conservadora, cuyo autor debe ser pasado por las armas de inmediato. Francisco Ignacio Madero, dijo que hay demasiada sangre y traición en esa obra que parece literatura costumbrista. José María Morelos y Pavón, se mostró complacido con el texto, pues consideró que sus personajes fueron descritos como hombres de carne y hueso, con virtudes, manías y defectos, seres reales, no figuras de cera moldeadas según los intereses políticos, pasados o actuales.
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