Columna: CANDELABRUM
Por: Ximena Monroy*
“¡Patria son tantas cosas bellas!
Son las paredes de un barrio,
Es su esperanza morena.
Es lo que lleva en el alma todo aquel cuando se aleja.
Son los mártires que gritan bandera, bandera, bandera.”
Patria
Rubén Blades
Cada mexicano tiene el mes de septiembre tatuado en la piel por varias razones.
Para nosotros, la bandera no es solo un trozo de tela de combinados colores que hace mucho tiempo dejaron de significar algo.
El himno nacional no es solo un conjunto de notas discordantes entrelazadas por un desconocido hace ya más tiempo del que podemos recordar, aburridas y olvidadas, escuchadas con indiferencia.
Y el escudo no es solo una visión febril de un mito, rayas dibujadas al azar por una mente demasiado imaginativa, algo antiguo o indescifrable.
Por el contrario, los Símbolos Nacionales figuran de manera activa en nuestra vida cotidiana y hasta podría decirse que son parte de la fórmula de la sangre que llevamos dentro.

El orgullo nacionalista de los mexicanos es algo digno de tenerse en cuenta pues desde la temprana infancia se nos enseña a honrar a la Patria como se honra a la madre y a la Virgen de Guadalupe.
Se nos enseña a saludar a la bandera correctamente, a escuchar el himno en posición de firmes pero sobre todo a cantarlo con la fuerza del corazón.
Si estuviésemos en algún otro país, quizá Albania o Macedonia por mencionar aquellos que acuden a mi mente, todo lo anterior no tendría sentido pues ciertamente la efusividad patriótica no es en modo alguno característica de todos los pueblos que habitan la Tierra.
Pero en nuestro país contrastante, gigantesco, mega diverso, colorido, ruidoso y amable, lo es.
La noche del 15 de septiembre puede compararse a un pequeño año nuevo, solo que esta vez se trata de una noche para exaltar la mexicanidad con su idiosincrasia, su naturalidad, su efervescencia implacable.
La complejidad mayúscula de este fenómeno es patente en la comida y en la música. En efecto, los mexicanos tenemos razones suficientes para sentir el corazón henchido.
Los chiles en nogada simbolizan una riqueza cultural apabullante: un platillo que requiere toneladas de tiempo y generosidad, un día entero quizá o varias pequeñas porciones de días previos.

Parece inacabable la polémica en que nos enzarzamos a la hora de desentrañar el misterio de la receta original: siempre debían ser más dulces, más cremosos, menos pálidos, quizá un poco más dorados, sin tal o cual ingrediente. Pero la matriz de la controversia viene a la hora de decidir si eran capeados o sin capear.
Mientras en otros países la gente se debate entre la vida y la muerte debido a los conflictos y al hambre, en nuestro amado México, la gran discusión se reduce al perfeccionamiento de una receta colonial y al buen o mal hacer del gobierno. Esto me hace pensar que septiembre es un buen mes para agradecer las polémicas insignificantes y las bellezas y comodidades a las que nos hemos acostumbrado por haber nacido rodeados de ellas.
La noche del 15 hay sobreabundancia de todo. Comida, bebida, color, canto, baile, agitación. Es la noche en que ser mexicano es todo menos algo sencillo o pasajero, es la noche en que de verdad la Patria importa tanto que cualquiera daría su vida por ella sin dudarlo.

Es curioso que ningún país celebre el inicio de su camino hacia la libertad con un grito y menos uno tan largo, que constituye un obituario y una oda en sí mismo. Ni con fuegos artificiales estruendosos que llenan los cielos de color mezclado con humo y olor a pólvora. Por supuesto está la música, tan alta que cubre el ambiente con un manto de excitación impoluta. La música que todos los mexicanos conocemos de memoria, la de siempre, la que absorbemos cual si fuésemos esponjas y la que ocupa los primeros lugares en la lista del patrimonio mundial. El día siguiente, 16 de septiembre, las Fuerzas Armadas desfilan ante nosotros pero más que nada ante el mundo con un dejo de amenaza, y cada quien es libre de hacer lo que le venga en gana pero de todas las actividades posibles, amamos celebrar de nuevo porque claro, somos el país de la eterna celebración, el país del compromiso y de la defensa y no hablamos en broma al decir esto último.

Históricamente varias desgracias han golpeado México en “el mes patrio”. Y esto contribuye a agrandar el tatuaje septembrino que cada mexicano guarda muy íntimamente.
Gruesas lágrimas han surcado el rostro de la nación entera. Tenemos nuestro 1985, nuestro 2017, nuestro convulso 2025. Septiembre rojo pero también blanco y verde porque basta una ligera observación para notar que nuestro pueblo se sabe anudar con fuerza.
¿Qué si son importantes los festejos de la Independencia nacional? Para mí lo son, pues tejen un tapiz de hermandad, de sentido de pertenencia.
Si pudiera agregar unas cuantas palabras al grito de independencia, serían estas:
¡Viva el México grande, libre y solidario!

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