Columna: PARA LA COMUNIDAD
Por: Fernanda Ileana Cueto Flores*
Cada 16 de septiembre en México se despierta distinto, el aire se llena de trompetas de plástico, los niños corren con banderas mexicanas que se ondean alto y el aroma a antojitos mexicanos se mezcla con los gritos de “¡Viva México!”.

En Atlacomulco, septiembre no solo se vive en las ceremonias oficiales, ni se reduce a las campanadas que recuerdan el inicio de la fiesta de Independencia. Aquí, la patria también se respira entre las luces tricolores que inundan cada rincón del municipio anunciando que ya llegó la fiesta más mexicana. Este día no es únicamente una fecha en el calendario: es un encuentro con nuestra identidad nacional, un recordatorio de que la historia también se celebra en comunidad.
Las celebraciones patrias no son únicamente actos conmemorativos. Diversos estudios sobre cultura popular en México señalan que los símbolos como la bandera, el sombrero o el grito de “¡Viva México!”, cumplen una importante función social, reafirmar la identidad colectiva y permiten que generaciones distintas se reconozcan como parte de una misma comunidad.

El investigador Aquiles Chihu Amparán, en su texto “Símbolos y colores nacionales” (UAM-I), explica que los colores patrios no solo remiten a una historia, sino que también generan sentido de pertenencia y cohesión social. Es decir, al ondear una bandera o vestir los colores verde, blanco y rojo, no solo recordamos un pasado común, sino que también renovamos lazos como sociedad.

De esta manera detrás de cada bandera, cada corbatín o cada moño tricolor, hay manos que trabajan con dedicación para que la plaza se llene de fiesta. Los comerciantes patrios de Atlacomulco no solo ofrecen productos: comparten recuerdos, sostienen la economía familiar y transmiten identidad. Sus historias, contadas desde San Pedro del Rosal hasta el corazón del municipio, muestran cómo la Independencia se vive también en lo cotidiano, en los objetos que cada septiembre nos recuerdan quiénes somos

Entre listones, diademas y moños hechos a mano, María Lizeth ha convertido septiembre en un mes de trabajo, orgullo y emoción. Desde hace diez años participa en las fiestas patrias con su puesto, donde las banderas siguen siendo las reinas de la venta. Aunque reconoce que los últimos años las ventas han bajado, prepara con meses de anticipación su mercancía: empieza en mayo, pensando ya en septiembre.
Para ella, este ingreso es vital, sobre todo porque coincide con el gasto escolar de muchas familias. Pero más allá de lo económico, está el orgullo. “Cuando veo a las niñas luciendo sus moñitos, siento bonito porque transmito esta cultura. Me hace sentir orgullosa de ser mexicana”, afirma.

Con trece años de experiencia en el comercio patrio, Gabriel Claudio no duda al afirmar que su trabajo es una forma de llevar con orgullo la nacionalidad. Para él, participar en estas fechas significa recordar la Independencia, portar el escudo en alto y celebrar lo que nos identifica a nivel mundial.

Su producto estrella es la bandera: indispensable en escuelas, casas y oficinas. “Es una tradición que no cambia; los colores siempre están presentes”, comenta. Aunque este año las ventas se vieron afectadas por el inicio tardío de clases, Gabriel destaca que lo más pedido en su puesto sigue siendo el corbatín tricolor, símbolo sencillo pero cargado de mexicanidad.
Por otro lado, Damián lleva siete años dedicándose al comercio patrio y, aunque admite que no siempre es una actividad estable, asegura que cada temporada lo llena de orgullo. “Para mí, ponerme en el puesto significa ser mexicano”, dice con una sonrisa mientras acomoda corbatines, el producto que más le compran.

Su dinámica es diferente: no prepara todo de golpe, sino que va comprando conforme vende, adaptándose a la demanda del momento. Y aunque las ventas este año no fueron tan altas, lo que nunca cambia es la emoción al ver una bandera ondeando. “Cada vez que la veo alzarse, siento ese orgullo de ser mexicano”, afirma.

Las voces de María Lizeth, Gabriel Claudio y Damián son distintas, pero se entrelazan en un mismo sentimiento: el orgullo de ser mexicanos. Cada uno, desde su puesto, aporta a la celebración: la tradición, la constancia de los símbolos que nunca cambian y la emoción de ver una bandera ondear en alto. Sus relatos nos recuerdan que la Independencia no solo se conmemora en plazas llenas o actos oficiales, sino también en estos espacios sencillos donde la comunidad se encuentra, se reconoce y celebra su identidad compartida.
Los puestos que cada año se instalan alrededor de la plaza no son meros comercios: son escenarios de memoria, donde la historia nacional se entrelaza con la economía local. Comprar una bandera no es solo una transacción económica; es un ritual que conecta a las familias con un legado, y es que, detrás de cada sombrero tricolor y cada trompeta de plástico, hay historias que merecen ser contadas, historias de mujeres y hombres que, con sus puestos, no solo venden adornos: venden identidad, recuerdos y orgullo.

La Independencia es historia, pero también es presente. En Atlacomulco la celebramos no solo con el grito y los desfiles, sino con lo más sencillo: con una bandera en la ventana, un corbatín en el pecho o un moño en el cabello. Cada septiembre nuestra plaza se convierte en un espejo de lo que somos: un pueblo que trabaja, que celebra y que, con orgullo, grita fuerte su identidad.

Porque aquí, en Atlacomulco, la Independencia no se recuerda: se vive.
Referencias bibliográficas: Chihu Amparán, A. (2016). Símbolos y colores nacionales. Revista Polis, 12(2), 107–141. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. https://polismexico.izt.uam.mx/index.php/rp/article/view/487

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