A veces sucede, que los taxis no sólo transportan pasajeros de carne y hueso: también circulan en ellos, historias que se mueven entre lo visible y lo invisible. En ese imaginario urbano, en el que algunos lo atribuyen a simples sugestiones, y otros más, a fenómenos sobrenaturales, pero que encuentran eco en las anécdotas de la gente, y una de ellas, es la siguiente:
En la Catedral Basílica de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, alguna vez escuché decir a un sacerdote: «no hay que prometer a la virgen cosas que no se puedan cumplir, porque ella los hará pagar esa manda, en vida, o incluso, en la muerte».
Coincidencia o no, aquellas palabras resultaron ciertas. «Alex», de oficio taxista, realizaba uno de sus recorridos cotidianos en busca de pasaje, y en una de esas «casualidades» de la existencia, pasaba por el «Panteón de la Soledad», cuando una mujer le hizo la parada, abordó el vehículo, y después de algunos minutos, inició una plática para hacer más breve el trayecto a su destino. Ya con más confianza, comentó: lo noto preocupado, ¿Algún problema?
Alex, respondió: fíjese que sí, además del servicio de mi taxi, organizo excursiones a la Basílica de San Juan, renté un autobús, tenía cupo lleno, todo parecía ir bien, pero sin mayor explicación, unas personas cancelaron, apartaron su lugar con un anticipo, pero no pagaron la totalidad del viaje, ahora me falta liquidar un pago de tres mil pesos, y lo debo cubrir mañana. Trabajé gran parte de la noche, y lo que va del día, pero todavía no acompleto.
La señora dice: yo se los doy, no los tengo ahorita, pero a donde me va a dejar, va a estar mi esposo y él le va a dar el dinero. ¡Relájese!
Alex contesta: le agradezco mucho, pero no quiero causar problemas, apenas la conozco y cómo voy a llegar con su esposo para que me de dinero, hasta puede pensar otra cosa. ¡Gracias! Al llegar al destino, voltea hacia el asiento de atrás y dice ya llegamos, pero… no había nadie, la señora había desaparecido. Entonces, baja del vehículo, busca alrededor, ahí estaba un señor de la tercera edad, barriendo el frente de su casa, y al ver que el taxista buscaba desesperadamente algo, pregunta: ¿Qué le pasa amigo?, y él responde: ¿No vio a una dama vestida de negro?, y él dice: no, pero lo veo pálido, ¿está bien?
Dice Alex, no me lo va a creer, subí a una mujer en el «Panteón de la Soledad», en el trayecto empezamos a platicar, le comenté de una preocupación que tengo, por una cuestión de dinero que debo pagar, y ella, me dijo que su esposo me daría tres mil pesos que necesito para realizar un viaje a San Juan de los Lagos, y mire, no me di cuenta cómo ni en qué momento bajó de la unidad.
Intrigado, el señor pregunta: ¿y cómo era ella?, obteniendo como respuesta, era una persona de la tercera edad, bajita, de tez blanca, delgada, vestida muy elegante. Entonces, el señor dice: es mi esposa, coincide con su descripción, y obviamente, ella lo trajo hasta aquí, sino cómo dio con mi domicilio.
Alex dijo: Si es su esposa, ¿Por qué dice que no la vio bajar?, y el señor contesta, porque nadie bajó y porque mi esposa falleció hace diez meses y fue enterrada en el «Panteón de la Soledad», pero ahorita que usted me platica lo del viaje a San Juan de los Lagos, y además me comenta que mi esposa le aseguró que yo le daría el dinero, entonces, se lo voy a dar, pero con una condición, que compre una veladora y se la lleve a la Virgencita, en representación de mi esposa, pues seguramente esa sería su voluntad, pues prometió visitarla, pero la muerte se lo impidió, y confío en que de esa manera, descanse en paz.
Así, Alex pudo realizar el viaje a la Basílica de San Juan, y de paso, cumplir con la voluntad de tan enigmática pasajera, quien desde donde esté, sin duda gozará de cabal descanso. Después de todo, al final de la jornada, nunca se sabe si el último pasajero es de este mundo o de uno distante.