INVASIÓN VERDE: EL DESAFÍO DEL MANEJO DE MALEZAS ACUÁTICAS
Columna: CIENCIA
Por: Raymundo Sánchez Orozco*
A simple vista, una laguna cubierta de verde puede parecer una postal de tranquilidad, un reflejo de naturaleza intacta que invita a la contemplación. Sin embargo, debajo de ese manto se esconde una historia de desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza. La proliferación de plantas acuáticas como la lentejilla, el lirio acuático y el tule está emergiendo como una amenaza silenciosa para los ecosistemas, ya que su crecimiento acelerado responde, en gran medida, al exceso de nutrientes vertidos en los cuerpos de agua a través de descargas domésticas, agrícolas e industriales. Este fenómeno, conocido como eutrofización, genera condiciones que favorecen la expansión de estas especies hasta cubrir extensas superficies, impidiendo el paso de la luz solar, reduciendo el oxígeno disuelto y afectando la vida de peces, invertebrados y microorganismos.
Más allá del ámbito ecológico, las consecuencias alcanzan también al plano económico y social, pues incrementan los costos de mantenimiento y limitan el sustento de las comunidades que dependen directamente de estos cuerpos de agua. Aunque las plantas acuáticas cumplen funciones importantes en condiciones naturales como servir de refugio para la fauna, filtrar contaminantes y regular nutrientes, cuando su proliferación rebasa los umbrales de equilibrio se convierten en una plaga que degrada lagos, ríos y presas.
El paisaje aparentemente idílico, entonces, se revela como un síntoma de una problemática más profunda, vinculada tanto al uso irresponsable de los recursos hídricos como a la falta de estrategias de manejo integral. En este sentido, la proliferación de plantas acuáticas flotantes y emergentes no es solo un desafío ambiental, sino también un recordatorio de la necesidad urgente de repensar la relación entre las actividades humanas y los ecosistemas que sostienen la vida.
¿Qué está pasando en nuestros cuerpos de agua?
La proliferación de plantas acuáticas ocurre cuando las condiciones del ambiente favorecen su crecimiento acelerado. El caso de la lentejilla (Lemna spp.), por ejemplo, es claro: esta pequeña planta flotante, casi imperceptible individualmente, puede cubrir la superficie de un estanque entero en pocas semanas. Lo mismo ocurre con el lirio acuático (Eichhornia crassipes), una de las especies invasoras más agresivas del mundo, capaz de formar mantos densos que bloquean la luz solar y asfixian la vida bajo el agua. El tule (Schoenoplectus spp.), por su parte, aunque nativo, también puede salirse de control si se altera el equilibrio del ecosistema. Las causas de esta expansión son múltiples, pero una destaca por encima de todas: el exceso de nutrientes en el agua, especialmente nitrógeno y fósforo. Estos provienen principalmente del escurrimiento de fertilizantes agrícolas, aguas residuales domésticas no tratadas, y descargas industriales. En otras palabras, la actividad humana está "alimentando" en exceso a estas plantas. Y en los cuerpos de agua, eso significa más lentejilla, más lirio, más tule... y menos oxígeno, menos peces, menos vida.
Cuando lo verde se convierte en amenaza
Aunque estas plantas tienen funciones ecológicas útiles, como servir de hábitat a algunas especies o ayudar en la absorción de contaminantes, cuando proliferan excesivamente, se convierten en un problema serio. Uno de los impactos más graves es el bloqueo de la luz solar. Las plantas que viven bajo el agua necesitan luz para hacer fotosíntesis. Si esta no llega, mueren. Al morir, se descomponen, y ese proceso consume oxígeno. Esto crea zonas de hipoxia o anoxia (bajo o nulo oxígeno), donde la vida acuática simplemente no puede sobrevivir. Peces, crustáceos, insectos y microorganismos desaparecen. Además, estos mantos vegetales dificultan el flujo del agua, aumentan el riesgo de inundaciones, obstruyen canales de riego y navegación, y afectan directamente a comunidades que dependen del agua para sus actividades cotidianas. En muchos casos, el costo de controlar estas plantas puede ser altísimo, tanto para gobiernos como para comunidades locales.
¿Qué podemos hacer como ciudadanos?
Este problema no se resolverá únicamente con maquinaria o productos químicos. Se requiere prevención, conciencia y participación social. Y aunque a nivel individual parezca poco lo que podemos hacer, la suma de pequeñas acciones tiene un gran impacto.
Aquí algunas formas en las que la población puede contribuir:
Evitar tirar basura o residuos a ríos, lagos y canales. Aunque parezca inofensivo, toda sustancia orgánica o contaminante puede alterar el equilibrio del agua.
Denunciar descargas ilegales de aguas residuales o contaminantes. Muchas veces los cuerpos de agua están contaminados por falta de vigilancia o aplicación de la ley.
Participar en jornadas comunitarias de limpieza de cuerpos de agua o monitoreo ambiental.
Fomentar el uso responsable del agua y los fertilizantes en comunidades agrícolas.
Educar y sensibilizar sobre la importancia de cuidar los ecosistemas acuáticos desde la escuela, la familia y los medios locales.
Una reflexión necesaria
La proliferación de plantas acuáticas no debe verse como el problema en sí, sino como un síntoma de desequilibrios profundos en nuestra relación con el entorno, resultado del descuido, la ignorancia y la falta de acción colectiva. Más que limitarse a la remoción mecánica, la solución requiere un enfoque integral que contemple la reducción de nutrientes en las descargas, programas de limpieza periódica y educación ambiental, de modo que los cuerpos de agua se conserven vivos, limpios y equilibrados. Cuidarlos es cuidar la vida misma, y para lograrlo no se necesita ser experto, sino aprender, actuar con responsabilidad y reconocer que cada uno de nosotros tiene un papel en la solución, reflejando así el compromiso comunitario con la sustentabilidad.