Columna: DESDE LA BANQUETA
Por: Gabriel Escalante Fat*

“…y reduzco mis deseos a uno:

que sigas siempre igual, niño siempre,

con tu encantado mundo siempre tuyo,

al cual puedas defender con tu bondad…”

Fragmento de Carta a mi hijo,

de Velia Marmolejo Fat.

            Debieron pasar 28 años para volver a tener la oportunidad de ver en vivo a quien es considerado el mejor payaso del mundo. Me refiero al italiano David Larible, nacido en Verona en 1957, con una carrera profesional de 55 años.
            He contado aquí, varias veces, de mi gran afición por los circos, nacida en 1966, cuando mis padres me llevaron a uno por primera vez: el Circo Hermanos Bell’s, en los terrenos adyacentes a la estación de Buenavista, en la Ciudad de México.
            Por esa afición fue que en mayo de 1998, asistí con mis hijos Gabriela y Manuel a presenciar, en el Palacio de los Deportes, una función del Ringling Brothers & Barnum and Bailey’s Circus, llamado —con sobrada razón— El espectáculo más grande del mundo. Aquel circo no visitaba México desde la década de los ’50, por lo que esa gira representaba un hito en el ámbito circense.
            Entre los casi 150 artistas (incluidos cerca de 30 músicos de una orquesta) que se presentaban en aquella 128ª temporada, destacaba, como máxima atracción de temporada, el mencionado clown, quien estaba en el elenco del Ringling desde 1993 y en el que permanecería hasta 2005.
            Dentro del espectáculo del circo, los números que yo menos disfrutaba eran los de los payasos, con excepción de Renato Fuentes Gasca y Bello Nock, pero hay que puntualizar que ellos son en realidad grandes acróbatas multidisciplinarios, caracterizados como payasos.
            En cambio, David Larible es, estrictamente, un payaso o clown. Si bien tiene habilidades de malabarista, su fuerte es la expresión corporal y facial, apoyada por el canto, el manejo de instrumentos musicales y el baile.  En aquella ocasión, tanto mis hijos como yo, quedamos cautivados con la actuación del genial artista italiano.  
            Al día siguiente, durante el desayuno en el Hotel Riazor, donde habíamos pernoctado, tuve el bonus más grande en la historia de mi afición al circo: en la mesa vecina estaban el director del Ringling con sus colaboradores más cercanos, hospedados también en el hotel. Platiqué hasta el cansancio —de ellos, porque yo tenía charla para todo el día—, respondieron a todas mis preguntas y me revelaron muchísimas cosas que yo no sabía de esa enorme empresa. Aún hoy no puedo creer en mi buena suerte. Sólo me faltó conocer a su gran estrella, pero al parecer el clown solía dormir hasta tarde.
            Llegamos a 2025. Voy muy poco al circo. Los espectáculos clásicos ya no existen. Gracias al Partido Verde —mercenarios de la política— y su absurda pero muy aplaudida ley de eliminar los animales en los circos, esa industria está al borde de la quiebra. Sobreviven algunas empresas que ofrecen espectáculos no puramente circenses, en los que integran personajes de películas, dinosaurios o shows de terror.
            Así que fue una sorpresa encontrarme en Internet que el Circo de las Estrellas, una joven empresa fundada en 1990 por la familia Medina Fuentes, se presentaría en San Luis Potosí a partir del 4 de julio, llevando como principal atracción a David Larible.  Consideré ir a San Luis, pero pensé que quizá la gira llevara al espectáculo a una ciudad más asequible para mí. Y así fue, el 8 de agosto el circo debutó en Querétaro, a donde por diversos motivos, voy con frecuencia. Así que, valiéndome de algunas argucias, conseguí el palco número 1, justo al borde y al centro de la pista, para la función vespertina del sábado 16 de agosto.
            Mis expectativas se vieron rebasadas con la actuación del gran clown. No es exagerado decir que Larible carga sobre sus hombros la mitad del show, que consiste en números circenses muy dignos, bien presentados, pero nada que lograra asombrar a estos viejos ojos que han visto a la troupe Walenda, asombrosos equilibristas austriacos, a los impresionantes trapecistas mexicanos “Flying Gaona”, a un grupo de jinetes cosacos en el original Circo Ruso de Moscú, a 12 elefantes actuando simultáneamente en el Ringling Brothers, a los inigualables artistas del Grupo Acrobático de Quandong, o a 15 tigres de bengala en la misma pista del Circo Atayde.
            El Clown de clowns, como ha sido llamado Larible, ha dicho en entrevistas que un payaso no es un actor interpretando un papel, sino un artista que no ve la vida como es, sino como podría ser. Es como si el payaso tuviera un espejo que distorsiona la realidad, y eso es lo que emociona al público.
            La vida de David ha estado ligada al circo desde su nacimiento. Pertenece a la sexta generación de artistas circenses italianos y tanto su esposa —la ex trapecista mexicana América Olivera— y sus hijos Shirley (acróbata de actos de altura) y David Pierre (malabarista), pertenecen a ese peculiar mundo.
            El novelista estadounidense Henry Miller, escribió que un clown es un poeta en acción. Y esa tarde, en Querétaro, tuve el placer de disfrutar un recital poético en su máxima escala.
            Sin aviso previo, sin música o iluminación especial, entra Larible a la pista, sin maquillaje y vestido con ropa de calle y una bata de obrero. Lleva una escoba y pretende barrer, sin prestar atención al público. Entonces, un reflector ilumina al ringmaster (o maestro de ceremonias), quien se dirige a la audiencia: “Señoras y señores, tenemos un problema: la función no puede comenzar porque no ha llegado el payaso, así que tendremos que buscar a alguien que lo sustituya”. Otra luz cae sobre Larible mientras el ringmaster le dice: “Usted será el payaso”. El clown —sin palabras— finge negarse y arguye que su trabajo es barrer. Pero en unos segundos, inicia la magia. Dos chicas en trajes de lentejuela van por Larible y lo conducen a un tocador en el centro de la pista en el que, frente a un pequeño espejo y rodeado de público, el artista comienza a transformarse. Le van acercando el pantalón, su característico chaleco rojo, su boina estilo Jackie Coogan, los infaltables zapatones y, al final, desde la cúspide de la carpa, desciende el saco gris que completa su traje artístico. Hemos sido testigos de cómo, en tres minutos, un barrendero de pista se convierte en el mejor payaso del mundo.
            Larible sigue apareciendo entre actos, pero no con breves rutinas de relleno, sino con actos completos en los que, de una u otra forma, interactúa con el público. Algunas veces, invita a varias personas a la pista —a quienes selecciona con ojo maestro, siguiendo su intuición, según él mismo ha declarado— y las pone bajo su batuta, con un nivel de improvisación que asombra, provocando las carcajadas de la audiencia.
            En cada visita a la pista, el clown modifica su atuendo original, al grado de que, en una de sus actuaciones, viste de frac, caracterizando, con su voz potente, a un artista de bel canto, que dirigirá a un improvisado grupo, formado por gente del público, para interpretar una ópera.
            En otra de sus rutinas, interpretando “A mi manera”, muestra su conocimiento de múltiples idiomas: los seis que domina y tres o cuatro más en los que puede cantar al menos un verso de la canción.
            No es casual que David Larible tenga en su haber los más prestigiosos reconocimientos de su especialidad, entre los que destacan:
              David Larible no se ha concretado a sus actuaciones, sino que en 2015 decidió incursionar en la literatura y volcar sus experiencias en las páginas del libro “Consigli a un giovane clown” (“Consejos a un joven payaso”) en coautoría con dos especialistas en la materia, que desafortunadamente no existe en otro idioma que no sea el original italiano.  En esta publicación, se habla de la historia del clown, con enfoque en algunos de los grandes artistas del pasado en circo, cine y teatro. Además, trata de los mecanismos empleados por los maestros del género.  
            Larible  escribe algunas frases reflexivas:
            “Los niños y los payasos cortan el nudo que los filósofos tardan la vida entera en desatar”.
            “Cuando te enfrentas a una audiencia, tienes un millón de razones para fallar, pero ni una sola excusa”.
            “El payaso es el mentiroso que siempre dice la verdad”.
            En el mundo de fantasía en el que nos sumergió David Larible, las dos horas del espectáculo transcurrieron en tiempo récord. Poco antes del final de la función, el ringmaster anunció que el clown se tomaría fotografías con las personas del público que quisieran pasar a la pista, a cambio de un pago que Larible dona a fundaciones de apoyo a niños en situación vulnerable. La agilidad que le resta a mi cuerpo me bastó para estar al frente de la fila y ser el primero en fotografiarme con el gran artista.
            —Maestro, esperé 27 años para verlo nuevamente, desde su actuación en el Ringling Brothers, en la Ciudad de México —le dije.
            —¡Cómo olvidar esa temporada! En ese tiempo, éramos jóvenes y guapos —respondió. Y añadió: —Hoy somos solamente guapos.
            —Tengo 64 años, ¿qué edad tiene usted?
            —Sesenta y ocho. Y aunque disfruto mucho actuar, ya me pesa la edad.
            —Espero verlo de nuevo, y no dentro de 27 años.
            Entre la breve charla, Larible se dio tiempo para firmarme el dorso de la cartulina en que se montó la pésima foto que nos tomaron durante la función. Nos estrechamos la mano y tuve que dar paso a los siguientes espectadores.
            El epígrafe de este artículo es parte de un texto escrito por mi madre en 1966, dedicado a mí. Puedo decir, con certeza, que su deseo de que siguiera niño, en mi encantado mundo, se cumplió plenamente durante dos horas, el pasado 16 de agosto.
Guadalajara, Jalisco, septiembre 03, 2025.

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