Columna: POLÍTICA FICCIÓN
Por: Juan Leyva Villagómez*
No. Los taxis no llovieron en Atlacomulco. Su gandallez (¿existirá esa palabra?) y prepotencia no se dieron nada más porque sí. Hubo un proceso. De esos procesos a la mexicana en la que todo el mundo voltea hacia otro lado.

Como todo grupo que se empodera, esto comenzó por uno o dos miembros. No se necesitó más. Pronto las circunstancias se encargaron del resto. Una ciudad en crecimiento atrajo a un mayor número de gente. Más gente demandó más transporte. Y así, de a poquito, se fueron sumando concesiones de taxis, las más de las veces reunidas en unas pocas manos.

Y aquí tenemos el resultado. Calles invadidas, tráfico, cobro de favores políticos. Pronto su “noble” ejemplo fue seguido por organizaciones de transporte irregulares como Antorcha Campesina, la cual se da el lujo de, además de operar en la ilegalidad, exigir que se le trate con los mismos miramientos que a los taxistas concesionados.

Pero ahí no terminó este asunto. Sumemos la llegada de microbuses. Muchos de ellos sin las más elementales condiciones de seguridad para el pasajero (algunos, ni siquiera portan placas). Unidades viejas que hacen base donde gustan y cobran lo que quieren.

¿Alguien se ha detenido a pensar, además de todo lo citado, en los niveles de contaminación que generan todos estos vehículos?

Pues bien, teniendo estos antecedentes es que el asunto del Transporte en Atlacomulco (y en la región), se ve más cercano a empeorar que a mejorar.

Un fenómeno similar está sucediendo con el comercio ambulante. Ese que se realiza de calle en calle y que no tiene más reglas que las propias.

No hace falta mucha imaginación, o tener mayor nivel de malicia, para percibir que ahí tenemos otro suceso en el que más temprano que tarde habrá un nuevo grupo de poder.

¿Por qué? Porque las actuales condiciones económicas no garantizan la creación de nuevos empleos formales. Porque cada vez son más personas y menos los trabajos. Porque, y esto es lo importante, deben existir válvulas de escape para conseguir los ingresos necesarios para cada individuo.

La informalidad es una de esas válvulas.

Sucede en muchas otras ciudades de México y no tardará en replicarse aquí (si no es que está ocurriendo ya). El centro de Atlacomulco, poco a poco, está dejando de ser un espacio habitacional para convertirse en un sitio comercial, lleno de población flotante o de paso.

Los grupos de ambulantes siempre terminan en organizaciones lideradas por familias o grupos proclives a tal o cual partido político. Aquí, todos han entrado al juego de los votos, PRI, MORENA y, en menor medida, PAN y MC.

¿Cuánto tiempo tardará para que se formen esas organizaciones en Atlacomulco? ¿Para que, al igual que los taxistas, puedan ocupar espacios sin que las autoridades levanten la mirada?

O en el mejor de los casos, para que esas mismas autoridades proclamen que “se tomarán las medidas correspondientes”, sin precisar fechas ni metas claras.

Qué importa. Lo que tenga que suceder, ocurrirá. Si Antorcha Campesina juega y se aprovecha de las necesidades de la gente, si tener un taxi es casi un pasaporte a la impunidad (¿han visto lo que ocurre con los taxis hacia Temascalcingo afuera de la Terminal y El Oro en la calle Julián González?) y si los microbuses pueden hacer sus propias reglas y ser un Estado dentro del Estado; ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo con el ambulantaje?

Después de todo, son fuentes de votos. Material efectivísimo para marchas, mítines, publicidad y mangoneo político.

He aquí el huevo de la serpiente. Todos sabemos lo que contiene y cuál es el futuro que nos espera.
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