Por Gabriel Escalante Fat*
“Seguiremos adelante
como junto a ti seguimos
Y con Fidel te decimos:
hasta siempre, comandante».
Estrofa de la canción: “Hasta siempre”,
de Carlos Puebla.
Derribar estatuas ha sido, en la historia reciente, una manera de celebrar el triunfo de un movimiento político, la caída de un personaje o un sistema, o de plano, el fin de una era.

Uno de los derribos más emblemáticos sucedió el 8 de abril del 2003, luego de la entrada de los marines estadounidenses al centro de Bagdad. La enorme figura que representaba a Saddam Hussein fue atada por el cuello con una cadena —premonición de la ejecución por ahorcamiento a la que sería sujeto el dictador iraquí en diciembre de 2006— y jalada fuertemente por una enorme grúa, hasta que las piernas cedieron y la fundición de bronce quedó en posición horizontal, paralela al piso de la plaza.

Muchas estatuas de Vladimir Ilich Ulianov —Lenin— fueron tiradas en diversas repúblicas de la antigua Unión Soviética. Un derribo destacado aconteció en diciembre de 2013, en la capital ucraniana, Kiev, a manos de un grupo de manifestantes. El monolito de mármol de 3.5 metros de altura, fue demolido a mazazos, una vez caído al suelo. El acto fue en protesta de lo que significó Rusia como estado opresor de Ucrania, sin sospechar, en ese tiempo, que en 2022, la ofensiva rusa sería aún más agresiva y sangrienta.

Las representaciones de dictadores sanguinarios como Nicolau Ceaucescu, de Rumania y de Muammar al-Gaddafi, de Libia, también fueron echadas a tierra en cuanto los gobernantes perdieron el poder.

Un derribo más cercano, tanto en lugar como en tiempo, sucedió la Noche Vieja de 2021, en la Avenida Isidro Fabela, de nuestro Atlacomulco. El entonces presidente municipal, Roberto Téllez, en un último acto de patética y risible abyección política, quiso eternizar la figura de López Obrador, mediante una estatua “pagada de su bolsa” y realizada por un anónimo cantero michoacano. Quiso “el pueblo bueno” que el pétreo AMLO se equiparase a aquel éxito setentero del grupo musical Los Ángeles Negros: “Debut y despedida”, porque en las primeras horas del 1 de enero de 2022, ya bajo la administración de Marisol Arias, la figura de cantera estaba desperdigada por el piso de la emblemática avenida atlacomulquense.
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Se sabe que derribar estatuas no borra la historia, pero nos permite verla con mayor claridad. Y no nos engañemos, pero la mayoría de los personajes que han sido inmortalizados en bronce o mármol, difícilmente fueron seres impolutos o incuestionables en todos los aspectos de su vida. El reconocimiento que generaciones posteriores les han hecho, es en razón a ciertos logros, a algún acto heroico o a un desempeño brillante en un rubro o momento determinados.
No esperemos encontrar santos sobre los pedestales de nuestras plazas y avenidas. Juzguémoslos como seres imperfectos, en su propio tiempo y circunstancia.
No usemos los valores y las leyes actuales para recriminarles aspectos que hoy se consideran reprobables, pero que en su época, quizá se veían naturales y hasta necesarios.
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Hace apenas unos días, el pasado 16 de julio, la titular de la alcaldía Cuauhtémoc, en la CDMX, Alessandra Rojo de la Vega, se metió en un berenjenal completamente innecesario: ordenó retirar las estatuas de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara que estaban sobre una banca en el Jardín Tabacalera, dentro de la demarcación que gobierna esta alcaldesa opositora.

Alessandra —una de las voces opositoras, quien intenta destacar casi todos los días— arguyó distintos motivos para retirar las estatuas:
- Que fue para recuperar las banquetas del Jardín Tabacalera, a solicitud de los vecinos, que pedían poder transitar libremente, recuperar los espacios públicos, bla, bla, bla…
- Que nunca hubo un procedimiento completo para colocarlas. No existe una Cédula del Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos.
- No existe, en los archivos de la alcaldía, un solo documento en el que se autorizara su instalación.
- Las esculturas estaban bajo el resguardo irregular de un trabajador de la alcaldía.

Suenan muy bonito los argumentos de la alcaldesa, hasta que uno se da cuenta de que, con mover unos metros la banca en donde estaban sentadas las figuras de bronce, se habría resuelto la “demanda popular”, y que las cuatro razones siguientes son realmente nimias y se pudieron haber solucionado con un par de trámites burocráticos.
El verdadero motivo de Alessandra es ideológico.
Porque Fidel y el Che representan al socialismo rancio, tan admirado por la 4T y tan repudiado por la derecha opositora.
Porque Guevara fue homofóbico, sanguinario e intransigente, no se tocaba el corazón para deshacerse de quien no se plegaba a su autoridad. Quizá su intransigencia lo llevó a ser “invitado” por Fidel a dejar la Isla de Cuba en 1965, al llegar la lucha de egos a un nivel insostenible.
Porque Castro, después de liberar a su patria de un sistema dictatorial y de un capitalismo exacerbado que tenía al país en una desigualdad económica brutal, fue convirtiendo la Revolución en una dictadura, bajo el pretexto del bienestar colectivo, pero con privilegios para la clase dirigente.
Pero omite Rojo De la Vega, desdeñando la Historia, que la escultura en cuestión —creada por Óscar Ponzanelli en 2017, durante el gobierno de Miguel Ángel Mancera en la Ciudad y con Ricardo Monreal al frente de la alcaldía Cuauhtémoc— nos remite a un momento histórico, cuando, en 1955, Fidel y el Che se conocieron en la Ciudad de México y, desde nuestro país, comenzaron a planear el osado movimiento social anti yanqui, sin precedentes en América Latina. Y eso no es algo que se pueda pasar por alto.

Resulta paradójico que, quien pretende encabezar el movimiento opositor en la Ciudad de México, que se considera a sí misma una activista social progresista, copie de la 4T una de las acciones autoritarias cometidas el sexenio anterior, bajo el gobierno de la doctora Claudia Sheinbaum en la CDMX: el retiro de la estatua de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma.

Y no sólo eso, sino que imita a Sheinbaum en cuanto a la exposición de motivos. En ese momento, la entonces jefa de Gobierno, ocultando las razones ideológicas y la presión de la “no primera dama”, Beatriz Gutiérrez Müller, dijo que la estatua había sido retirada para mantenimiento; hasta que mucho tiempo después, se supo que la intención era colocar allí un adefesio en honor de la mujer indígena, y condenar a la efigie del marino genovés a la oscuridad y abandono de alguna bodega.
La chairiza —en su usual fanatismo— está desatada. Parece como si hubieran mancillado una figura sagrada y exigen venganza. Algunos proponen derribar la estatua de Felipe Calderón —¡Siempre Calderón! — en el Paseo de los Presidentes de la otrora residencia oficial de Los Pinos. Otros, más imaginativos, quieren eliminar la Estela de Luz, construida para conmemorar el bicentenario de la Independencia, con sobrecosto y sospechas de corrupción.

La oposición no se queda atrás. Ya hay en redes, propuestas para eliminar la escultura del mariscal Josip Broz, Tito, un héroe de la Segunda Guerra Mundial y presidente de la Federación Yugoslava desde la finalización del conflicto bélico hasta su muerte, en 1980. ¿La “razón”? Porque era socialista.
No se detienen ni un poco a conocer el papel de Tito en la resistencia en contra de la invasión de las fuerzas del Eje, a enterarse de que rompió con Stalin, que pudo aglutinar a 6 naciones bajo una misma bandera, que, a pesar de la fuerte presión soviética, mantuvo a Yugoslavia como un país “no alineado”, que toleró la libertad religiosa y que abrió su país al turismo extranjero mucho antes de que lo hicieran el resto de países socialistas.
La ignorancia, ni duda cabe, es hermana de la intolerancia. Con esos criterios chatos y esas mentalidades cuadradas, tanto de parte del régimen como de la oposición, se podría llegar al derribo de todas las estatuas de México. Buscando sin razonar, siempre podrán encontrarse motivos para bajar de sus pedestales a cientos de figuras de bronce y, con ellas, fabricar millares de coladeras, como un ingenioso opositor propuso hacer con las figuras de Fidel y el Che.
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PS. En El Oro, emulando las acciones más irracionales, están retirando las placas conmemorativas en las que se menciona el nombre de algún funcionario priista del pasado. Un ejemplo: la que da testimonio de que, en diciembre de 1984, el gobernador Alfredo del Mazo González y la Sinfónica del Estado de México estuvieron en el Teatro Juárez para el informe de gobierno del presidente municipal, Agustín Nieto Suárez. La presidenta, Elizabeth Díaz Peñaloza, razonando con las tripas, e imitando al gobierno de la capital del país, que retiró la placa inaugural del Metro de la Ciudad de México, porque en ella estaba el nombre de Gustavo Díaz Ordaz.
Guadalajara, Jalisco, julio 18, 2025.

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