Por Antonio Corral Castañeda*

Como el objetivo de este anecdotario ha sido el de recopilar los sucesos de algunos personajes estelares de Atlacomulco, cuya grata presencia ha quedado en la historia local, se consignan aquí algunos pasajes significativos de la vida de uno de ellos: Don Isidro Monroy Medrano. Un hombre excepcional, de campo, sencillo, gran humanista y culto escritor. Pero sobre todas las cosas, un hombre de confirmada integridad y honestidad a toda prueba, que por siempre tuvo una vida ejemplar, fructífera y llena de ricas acciones dignas de reconocer y dar a conocer.
Isidro Monroy Medrano, Carlos Hank González e Isidro Fabela Alfaro
Empezaremos con el siguiente caso que él mismo relató en junio del año de 1954, en el Semanario ATA: Una tarde en la que, como era costumbre, después de ordeñar sus vacas le puso el fuste al burro, le cargó los botes y montó a su vaquerito (un chiquillo de doce años), tomando el camino rumbo al pueblo, a repartir la leche. Había pasado ya un buen rato, que Don Isidro dedicó a otros quehaceres, cuando le pareció oír la voz de su muchacho. Salió y, en efecto, era él, que entre llanto y coraje le gritaba al burro para detenerlo.
---¿Qué te pasa?, le preguntó.
---Se me volvió el burro, no quiere ir.
---¿Qué el burro manda?, le dijo en tono de regaño.
*
Tomó su cuarta y con alarde de su disminuida agilidad montó en animal con facilidad, a pesar de sus 48 años. Dos o más cuartazos bien dados, le hicieron entender al asno que era otro el jinete que lo montaba. Redobló sus bríos y en un momento estaban en el parque de “Las Fuentes”. El burro quiso aflojar el paso en la empedrada subida, pero nuevos azotes le hicieron continuar su marcha. Así llegó a casa de sus clientes, entregó la leche y emprendió el regreso.
Pero Don Isidro notaba una diferencia. Sus posaderas ya no se acoplaban al espinazo del pollino, que tampoco estaba muy gordo que digamos. Sus piernas, colgando en el vacío y sin apoyo, se sentían adoloridas. Se le había pasado el coraje, pero la satisfacción de haber realizado una faena compensaba todo lo demás. Comprobó una vez más que en la realización de todas las empresas, ya sean grandes o pequeñas, la voluntad del hombre siempre se impone, estableciendo una ejecutoria inapelable. Luego se acordó de un refrán ranchero: “En el rancho no debe faltar un burro y un viejo, pero el burro que no sea tan viejo y el viejo que no sea tan burro”. Y refería que, para confirmar el refrán, también tenía un burro, no muy viejo, y que él trataba de ser un viejo no muy burro.
Don Isidro Monroy Medrano se distinguió también en el ámbito de la política estatal, pues llegó a desempeñar cargos importantes en el Gobierno del Estado, siempre con acierto y gran eficiencia. Así, se recuerda que cuando un atlacomulquense gobernaba nuestra entidad, considerando la acrisolada honradez, rectitud y espíritu de justicia que caracterizaba a Don Isidro, lo designó como Inspector de Ministerios Públicos y Jueces de Primera Instancia, con el fin de terminar con las inmoralidades que se daban en la impartición de justicia.
Durante el periodo en que se desempeñó como tal, Don Isidro cumplió estrictamente con sus funciones, enviando puntualmente los informes acerca de algunas irregularidades que veía en sus visitas de supervisión. Sin embargo, con el transcurso de los días se fue dando cuenta que a las graves anomalías y corruptelas que encontraba y reportaba, al parecer no se les concedía mucha importancia porque no se aplicaba ninguna acción correctiva. Consideró entonces que su empeño, su celo, buena disposición y el puesto mismo que ocupaba estaban de más, que todo era inútil, por lo que, sin pensarlo dos veces y en estricto apego a su ética, presentó su renuncia irrevocable.
Se asegura que no obstante haber renunciado a tan importante nombramiento, le seguían mandando y llegando a su casa particular, puntualmente, los cheques de su sueldo mensual, dinero que desde luego no tocó y sí por el contrario intentó conseguir una audiencia con el Ejecutivo del Estado, a fin de darle las gracias y hacer entrega de los cheques. Pero nunca fue recibido pretextándole una y otra razón, a las que naturalmente él no les daba crédito.
Cuando habían pasado ya más de ocho meses de su dimisión volvió nuevamente a la Secretaría Particular del gobernador, y como en esa ocasión tampoco fue posible conseguir la entrevista buscada con el Ejecutivo, decidió entonces entregar en dicha oficina, sin que le faltara uno solo, la totalidad de esos cheques que le habían hecho llegar, explicando que él, Isidro Monroy Medrano, no acostumbraba disfrutar del dinero que no hubiera devengado con su trabajo, y con mayor razón si ese dinero pertenecía al erario estatal, es decir, era dinero del pueblo.
Idéntica situación se dio, por otra parte, cuando siendo Director de Policía y Tránsito del estado, un destacado senador intercedió por unas personas que recomendaba para conseguir una concesión, la cual, ya con anterioridad, Don Isidro Monroy se las había negado por improcedente y no concedió el permiso. Pero, obviamente, lo fueron a acusar con el C. Gobernador. Así mismo, otro problema surgió cuando un paisano se quejó ante el señor gobernador porque Don Isidro no le quería condonar una leve infracción de tránsito, por lo que el propio mandatario conminó a que lo hiciera. Pero como su gran rectitud le impedía actuar de una manera convenenciera; como era una persona muy respetuosa de las leyes y de una postura inquebrantable, prefirió renunciar al cargo antes que prestarse a irregularidades incumpliendo las normas establecidas. Usted ¿A cuántos funcionarios o empleados de gobierno conoce con estas características?
Una anécdota más que se plática en relación a la honradez, es aquella que sucedió a Don Nicolás Montiel. Don Isidro se trasladó al rancho de “Deshpe” con el fin de comprarle a Don Nico un becerro que le había ofrecido en venta en la cantidad de setecientos pesos. Después de que Don Isidro examinó muy bien el becerro terminó por decirle: “Don Nico, su animal vale más de setecientos pesos, le voy a dar setecientos cincuenta pesos”. ¿Sabe usted de algún comerciante que haga eso?
Seré reiterativo al insistir en que Don Isidro Monroy Medrano era un hombre muy especial, intachable y de firmes principios; un hombre íntegro, de mayor honestidad y una descomunal rectitud, invariable y tajante en sus decisiones; un hombre de inusitado valor civil, decidido, que decía las cosas tal y como las sentía. Sencillamente no era nada fácil encontrar gente como él. Además, a pesar de no haber tenido la oportunidad de estudiar una carrera, era un hombre sumamente culto, muy aficionado a la lectura y escribía con sobrada soltura, calidad y profundo conocimiento.
Finalmente, la última gran acción de su fértil existencia, siempre ecuánime y con la que nos dio una soberbia lección de vida, fue la firme decisión que tomó en su vejez. Para no molestar a nadie, ni a familiares ni allegados, Don Isidro Monroy vendió sus bienes y se fue a instalar a una casa de asilo en Toluca, junto con su compañera de toda su vida, Doña Margarita Montiel, a quien por siempre le prodigó atención y un amor entrañable. ¡Cuánta sabiduría, hasta para morir! Él decidió el momento justo tan pronto se dio cuenta de que sólo seguían cargas, depresiones, molestias, vacío…
Las acciones anteriores retratan de cuerpo entero a un hombre de aquellos que forjaron el Atlacomulco eterno, este gran pueblo que nuestros mayores cultivaron con el abono de la dignidad, la honradez y una conducta ejemplar…
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Fotografía portada cortesía Antonio Corral C.
Fotografías ilustrativas Archivo Revista d'interés

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