Por Gabriel Escalante Fat*
La Universidad
es discusión, es efervescencia,
no es pensamiento único.
Alberto Kornblihtt,
biólogo molecular.
A diferencia de mis hermanos mayores, que optaron por profesiones serias (física-matemáticas, odontología, ingeniería química, docencia), yo, desde más o menos mitad de la prepa, me debatía entre periodismo y publicidad; opté por esta última carrera, que en 1978 se consideraba de esas “nuevas profesiones” con futuro incierto.

No había, además, muchas opciones. Una era Ciencias y Técnicas de la Información, en la Universidad Anáhuac, de los Legionarios de Cristo del padre Maciel. Otra era Ciencias de la Comunicación, en la jesuita Universidad Iberoamericana. En estas dos instituciones, Publicidad era una rama que se tomaba a partir del quinto semestre.

La tercera posibilidad era la pequeña y muy nueva Universidad de la Comunicación (UDEC), que había diseñado y conseguido la validez oficial para la Licenciatura en Publicidad.
Visité las dos primeras universidades (la Ibero aún en su plantel de Churubusco, que se derrumbaría un año después, con el terremoto del ’79), cuyas instalaciones eran impresionantes: enormes y lujosas, llenas de áreas verdes y espacios para los momentos sin clases, como bibliotecas, canchas deportivas y cafetería, en colonias muy elegantes de la Ciudad de México.

En contraste, la UDEC estaba en una casa de los años treinta, en la colonia Condesa. La estancia actuaba como tal, mientras que el comedor y la sala eran las aulas principales y la biblioteca era la oficina del director. En la planta alta, a la que se accedía por una escalera curva, había 5 aulas/recámara más —la principal, alfombrada—, y más arriba aun, en la azotea, una sexta aula de dimensiones mínimas, que debió haber sido el cuarto de servicio. Esta fue la universidad que conquistó mi corazón, y en donde pasé los siguientes cuatro años, cursando una carrera interesante, divertida y llena de nuevas experiencias. Nunca me he arrepentido.
Ahora bien, ¿por qué fue importante para mí asistir a una universidad y cursar una carrera de la que no me titulé?
Muchos de los conocimientos que allí obtuve, hoy son obsoletos.
Maestros y alumnos de aquella época nos habríamos quedado con ojos de plato al conocer lo que nos esperaba en gadgets y redes sociales, sólo cuatro décadas después.
La mayoría de los libros de texto que usamos, son poco más que anecdóticos.
Sin embargo, hay algo que me caló hondo y que persiste, y que es precisamente la esencia de la universidad, y está en su etimología: del latín universitas: “totalidad, universalidad” / “gremio, corporación”, además de “institución de educación superior”.
Porque esa pequeña universidad, una comunidad de poco más de un centenar de personas, reunía en su momento una variopinta grey en la que cabíamos, hablando de alumnos:

- Un mago que salía en la televisión (Frank).
- La nieta del procurador general de la República, Óscar Flores.
- Un locutor de WFM.
- Dos nigerianos, hijos del embajador de su país en México, que apenas hablaban español.
- Un tabasqueño loco, creativo y empeñoso, cuyos sueños eran más sólidos que las realidades de muchos.
- Un chico ejemplar, que arrastraba el lápiz en el más humilde puesto de Televisa.
- Una “niña bien”, empeñosa, respetuosa y aplicada.
- El hijo del cónsul de Ecuador, lo menos parecido a un diplomático.
- El apático hijo de un millonario libanés, al que no le importaban ni la escuela, ni los compañeros, ni nada en la vida.
- El emprendedor hijo de una maestra de corte y confección, inventora de una regla de trazo que él patentó y comercializó, y que se convirtió en un gran negocio.
- Y no uno, sino dos provincianos de El Oro, Estado de México, que soñábamos con trabajar en las grandes ligas de la publicidad.
Y si nos vamos a la planta de profesores, éstos eran casi un “Dream team”, porque la filosofía de la UDEC en esa época, era no contratar maestros de tiempo completo, sino profesionales de la comunicación que quisieran aportar su experiencia unas cuantas horas a la semana.
Los cinco socios:
- El director de medios de Walter Thompson, la agencia No. 3 del país, entonces.
- El director de publicidad de Reader’s Digest, editora de “Selecciones”.
- El director de arte de Lancaster 27, el estudio creativo de Abel Quezada.
- La directora de relaciones públicas de una importante empresa textil.
- El director de una pequeña agencia de publicidad, con 30 años de experiencia en el medio.
Además, entre la planta de maestros, recuerdo especialmente:
- Un asesor de la Presidencia de la República, que llegaba con dos guaruras.
- Un director creativo, argentino, que habría de ser mi socio años después.
- Un supervisor y un ejecutivo de cuentas de McCann Erickson, la agencia No. 1 en aquel tiempo.
- La productora de los primeros anuncios de El Palacio de Hierro “Soy totalmente Palacio”.
- La escritora Perla Schwartz, hermana del cronista deportivo.
- Un director creativo que, igual podía suspender un día a un alumno, que a la clase siguiente decirle que lamentaba que no hubiera una calificación superior a diez, porque el trabajo la merecería.
- Un productor de radio con hiperactividad que disfrutaba más que nosotros cada una de las divertidas clases que nos impartía.
Ese fue el pequeño universo que me nutrió durante cuatro años y que, si bien no me dio muchos conocimientos, me abrió la mente y me mostró que había un horizonte muy amplio hacia dónde dirigir mis ambiciones.
¿Por qué toda esta divagación acerca de hechos y personas que quedaron muy atrás en el tiempo?

Porque la presidenta de este país estuvo, el pasado 3 de mayo, en el peculiar “Parque Ecológico Lago de Texcoco”, en el acto inaugural de un plantel de la Universidad Benito Juárez del Bienestar (UBJB), esa bizarra institución creada por capricho de su antecesor, y que nadie sabe, bien a bien, dónde funciona, quiénes asisten a ella y cuántos graduados y de qué profesiones han egresado.

Y en el lugar donde debería estar el NAIM, diseñado por Norman Foster, está esta obra, presumida como uno de los primeros logros de la señora Sheinbaum.
El “edificio”, si se puede llamar así al conjunto de aulas y tejabanes distribuidos de manera algo extraña, sin considerar cuestiones climáticas ni de iluminación natural, es una clara expresión, en cemento, ladrillos y piedras, de lo que significa la Educación para la 4T:

- Ocurrencia, en lugar de planeación a largo plazo.
- Desprecio por los estudiantes, en vez de incubar a la próxima generación productiva.
- Obras de relumbrón, sin creación de instituciones.
- Adoctrinamiento, vendido como si se tratara de verdadera Educación.
Aún recuerdo con orgullo cuando, cursando apenas los primeros semestres de la carrera, me presentaba a solicitar empleo. Y cuando decía que estaba en la UDEC, la gente del gremio siempre sabía a qué escuela me refería. “¿La de Duhart, la de Alfonso Méndez, la de Paco Camargo?”, me preguntaban.
¿Qué les dirá a los estudiantes o egresados de la UBJB, un posible empleador? ¿Les tendrá confianza? ¿Sabrá quiénes fueron sus profesores? ¿Tendrá certeza de la solidez de su aprendizaje?
¿Cuál es el universo, la universalidad, que rodea a un estudiante de un plantel de la UBJB?
La universidad es cosa seria. Tan pequeña como la UDEC, tan grande como la UNAM, las instituciones de educación superior son, o deberían ser, uno de los pilares en los que se sustente el desarrollo de México. Pero el actual régimen le tiene miedo a la inteligencia y al pensamiento independiente. Prefiere crear sus corrales de adoctrinados para que, al egresar, se pongan su chaleco guinda y contribuyan a afianzar al movimiento que aspira —y quizá logre— perpetuarse en el poder por varias décadas.
POST SCRIPTUM.
En honor a mis padres: uno, maestro de profesión; otra, maestra por vocación; ambos muy queridos por quienes recibieron sus enseñanzas, envío a todos los profesores un afectuoso y agradecido abrazo por su día, que acaba de pasar.
Guadalajara, Jalisco, mayo 14, 2025.
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