Por: Ximena Monroy*
En días recientes, he tenido ocasiones varias de reflexionar acerca de los numerosos dones que recibimos desde hace milenios de parte de esta generosa Tierra en la cual habitamos holgadamente.
Millones de años de evolución sublime que aterrizan en esta actualidad cargada de frutos jugosos, árboles cuya sombra se derrama como un generoso cuenco de cordura sobre todos los necesitados de ella, flores vestidas para boda, y mil maravillas más que por su extensión es imposible citar aquí.
Pero me gustaría detenerme particularmente en uno de los frutos más famosos y consumidos entre las sociedades modernas: la manzana.
Rodeada de misticismo desde los albores del tiempo, la manzana es un elemento imprescindible para comprender nuestra historia como civilización puesto que ha sido protagonista de las mesas en torno a las cuales se han sentado por igual poderosos reyes, ambiciosos emperadores, mercaderes parlanchines y prósperos, aspiracionistas, familias hambrientas y económicamente devastadas, gente de clase media, sabios, religiosos…

Aparece en los recetarios más antiguos que se conocen, ha sido utilizada por los mejores cocineros.
Por su versatilidad a la hora de preparar platillos dulces y salados, su perfumado aroma y peculiar sabor, ha sido la gran consentida de todos, hallando muy poca o nula resistencia incluso entre los niños.
Bucear en las profundidades de sus orígenes es una tarea titánica porque estos son nebulosos y se pierden en la noche de los tiempos, sin embargo, se sabe que aun hoy es posible encontrar a su ancestro inmediato en las montañas del sur de Kazajistán. Esto debido a un rastreo genético exhaustivo realizado por la fundación Edmund March en Italia.
Resulta asombroso cómo las diversas cruzas genéticas han derivado en la tonalidad, olor, sabor y textura de las manzanas que todos comemos hoy en día. Es como si una mano invisible se encargara de tejer el tapiz de la naturaleza.
Pero la manzana no sólo ha formado parte de las mesas de innumerables personas a lo largo de los siglos, sino también de las historias que éstas han contado porque al final ¿qué somos los humanos sin historias?
Estos relatos la muestran –roja y apetitosa –como un personaje más, con alma y corazón propios.
Está por ejemplo el primer texto que conforma la Biblia: el ya ampliamente comentado, estudiado, leído y citado Génesis: la inocencia del primer hombre, Adán, su perturbadora soledad y la despiadada necesidad de compañía frente a la osadía y arrojo de la primera mujer, Eva, la curiosa, la insoportable tentadora. Una serpiente siseante e inoportuna, el símbolo universal del mal que la convence de comer el fruto del árbol prohibido. Aquí irrumpe la manzana con atronadora indiscreción, voluptuosa, brillante y dulce, falta de pudor. La clase de fruto que provocaría la ira de Dios y la caída en desgracia de la humanidad entera.

Podemos situarnos también muchos siglos más tarde, debajo de la sombra de un gran manzano. Se cuenta que había allí una callada presencia, la de un hombre joven y brillante de mirada soñadora. Su nombre era Isaac Newton y lo mejor que sabía hacer era pensar. Alternaba entre la lectura, la vigilia y el sopor cuando de pronto una manzana se desprendió con un crujido y cayó pesadamente sobre la hierba verde y fresca. Él miraba la escena con una cara de asombro imposible de olvidar. ¿Qué misteriosa fuerza provocaba que los objetos cayeran con tal precisión?
Acababa de descubrir los principios que lo llevarían a desentrañar los misterios de la fuerza gravitacional –un pilar de la ciencia moderna, imprescindible para comprender nuestro mundo.

En Blanca Nieves y los siete enanos, uno de los cuentos infantiles por excelencia, también se nos muestra una manzana como la causante de la debacle. La madrastra (una vez más el símbolo de la perdición) corroída por la envidia ante la belleza turbadora y floreciente de Blanca Nieves, se disfraza convincentemente de anciana inofensiva que carga una cesta repleta de apetitosas manzanas. La roja, grande y jugosa es la que entraña un destino fatal por estar envenenada.
La anciana se la ofrece como un obsequio especial y Blanca Nieves la acepta inocentemente, incapaz de resistirse a comerla ahí mismo, la muerde y un solo bocado es suficiente para hacerla caer en un sueño profundo del que solo puede despertar si recibe un beso de amor verdadero.

Historias todas estas cargadas de un profundo simbolismo.
Ya entrados en la era de la modernidad, un hombre con una idea revolucionaria de nombre Steve Jobs, eligió la palabra Apple (manzana en inglés) para nombrar su marca y no solo eso, sino que eligió una manzana sutilmente mordida como logotipo para una empresa entonces incipiente que hoy es un referente de liderazgo en la tecnología mundial.

En México, concretamente en el estado de Puebla, tenemos un lugar de nombre armonioso, perfectamente adecuado: Zacatlán de las manzanas. Se caracteriza por su abundante producción y magistral aprovechamiento de este fruto. Aquí se asienta Armas Trejo, una empresa especializada en la fabricación de armas de fuego 100% de acero, su logotipo es una manzana intensamente coloreada de rojo, con una pequeña hoja verde y el apellido Trejo escrito en su centro.
En el municipio de El Oro, Estado de México, recibimos siempre una grata sorpresa al encontrar un corazón de miel que parece latir al interior de las manzanas, es como un obsequio reservado a sus habitantes y no es de extrañar que sepan a añoranza, a cáscara de recuerdos y a jardín –porque muchos tenemos manzanos en nuestro jardín y los vemos florecer cada año con la promesa de dulces encantos. Hay quienes hemos aprendido la receta del pay de manzana de nuestros abuelos y la reservamos sólo para cuando hay abundancia de fruto porque es la fiesta de las generaciones unidas a través del recetario y del afecto.

Es así como podemos ver que la manzana es un sinónimo de ideas brillantes y narraciones extraordinarias, de esas que hacen que caminemos todos juntos en nuestra pequeña franja de eternidad.
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