Por Víctor Hugo

Y dejé de pensar, de sentir, de hablar... No quiero, no puedo...
Salí a la calle en busca del remedio que comúnmente toda alma herida requiere... El alcohol... Y lo encontré como se encuentra la fresca sombra de un árbol.
Y ahí, entre risas, historias, anhelos y carcajadas, me acurruqué como perro sin dueño. Una tras otra, las copas adormecieron no sólo mi cuerpo, también mi espíritu.
¿En dónde estoy?, No importa, ¿con quién estoy?, Es lo de menos... Me sirvió para comprender que esté es el camino trazado por Dios... Ahora entiendo qué pasó, pues en mi brújula no había norte en la rosa de los vientos.
En cada copa, se fue un fragmento de mi vida y tal vez me acercó a mi triste despedida... Es complejo el destino, pues, aunque lo he deducido, me cuesta aceptar cada designio de ese estribillo.
Navego en la convicción de que no hay razones para seguir, no hay motivos para luchar... Aun así, debo seguir adelante, concluir mi historia, agotar mi destino.
¿Cuándo llegaré?, no lo sé,
¿Cuándo terminará?, espero que pronto, abrazo la esperanza de que el resto del viaje sea breve.
… No hay nada más que pensar, sentir o decir.... No...

Tendencias