Por Gabriel Escalante Fat*

“Parece que a mí me va a tocar

apagar la luz y cerrar la puerta”.

Mario Vargas Llosa (1936-2025)

            En 1974, Yuri de Gortari me vacunó contra Vargas Llosa.

            De Gortari —primo de quien llegaría a ser, 14 años después, presidente de México— fue mi maestro en el Centro Activo Freyre, donde cursé un año de prepa, con más pena que gloria. Él impartía Taller de Lectura y Redacción en el que, gracias al sistema “escuela activa” que regía en aquella institución, los alumnos teníamos que leer a un ritmo acelerado: entre dos y cuatro libros por mes, de los que debíamos entregar, no un resumen, sino un análisis personal de la obra.  Uno de los primeros libros que nos impusieron fue La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa, ganadora en 1962 del premio “Biblioteca Breve de la editorial catalana Seix Barral y publicada al año siguiente con enorme éxito, recibiendo también el Premio de la Crítica Española.  

            La publicación de esta novela abrió las puertas del mercado ibérico a los escritores de nuestro continente, por lo que se le considera la obra que inició el Boom latinoamericano, al que se sumarían escritores de la talla de Gabriel García Márquez, José Donoso, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Guillermo Cabrera Infante, entre otros.

            Vargas Llosa escribió “La ciudad y los perros” entre los 22 y los 26 años de edad, y su argumento está basado en los años que el propio Mario pasó interno, por disposición de su padre, en el Colegio Militar Leoncio Prado, de Lima, Perú. Es una obra cruda, violenta, descarnada, que habla del maltrato que recibían los alumnos de nuevo ingreso (los perros) a manos de los que cursaban grados superiores.

            A pesar de que se trata de una obra de ficción, su publicación causó enorme polémica, por tratar temas casi intocables para la época, como una escena de homosexualismo explícito, zoofilia, y desde luego, abuso físico y psicológico hacia y entre los cadetes, que deviene en un homicidio.

            Los militares del Perú argumentaron que la novela había sido escrita con el propósito de desprestigiar a la institución, por intereses de algún grupo comunista.

            Nunca pude pasar de la página 60 o 70 y, en consecuencia, tuve nota reprobatoria en ese trabajo. Por más que intenté escribir un “rollo mareador”, fue evidente que no había llegado ni a la quinta parte del libro.

            A medio siglo de aquellos hechos, no he intentado aún retomar ese libro, a pesar de que al día de hoy he leído once novelas de Mario Vargas Llosa, dos de las cuales están entre mis favoritas de siempre. La vacuna inoculada por Yuri de Gortari, aún tiene vestigios en mis venas.

            ¡Qué diferente la manera en que me fui acercando a García Márquez, otro de los grandes del Boom!

            A los doce años de edad, mi hermano Fernando me prestó Relato de un náufrago”, gran reportaje del colombiano. Tenía quince cuando el profesor Raúl Beltrán, de la prepa de Atlacomulco, nos invitó a leer El coronel no tiene quien le escriba”. Por la misma época, mi madre me sugirió La cándida Eréndira” y “Los funerales de la Mamá Grande y, motu proprio, compré y leí en cuanto se publicó, la fascinante Crónica de una muerte anunciada, en 1981.

            Pero yo me seguía resistiendo a Vargas Llosa.

            Hasta que, ya en los ’80,  mi madre —sutilmente, como siempre— me propuso que leyera Pantaleón y las visitadoras”, con la promesa de que me iba a resultar muy divertida. En efecto, reí mucho con las tribulaciones en que se ve envuelto  el capitán del ejército Pantaleón Pantoja, en su peculiar misión de comandar un grupo de prostitutas, con el propósito de satisfacer las necesidades sexuales de un grupo de soldados destinados en la lejana Amazonía peruana y mantener, de esa forma, la disciplina, que se había vuelto un problema preocupante.

            Poco después leí La tía Julia y el escribidor, otra obra con tintes autobiográficos en la que el protagonista, un aspirante a escritor, se enamora de su tía, 14 años mayor que él, viviendo un romance muy cuestionado, que termina en un singular matrimonio.  Se trata de una novela erótica, con sus tintes de comedia, pero al mismo tiempo profunda y que invita a la reflexión. 

            En la vida real, Vargas Llosa estuvo casado con la escritora boliviana Julia Urquidi, de 1955 a 1964. Urquidi fue cuñada de Luis (Lucho) Llosa, tío de Mario y muy cercano a éste. Después de Julia, Vargas Llosa inició una relación con Patricia Llosa Urquidi, su prima en primer grado, hija del tío Lucho y, en consecuencia, sobrina materna de Julia, con quien se casó y tuvo a sus tres hijos, en una relación que duró cincuenta años.

            Retomé a Vargas Llosa apenas en el año 2000, a raíz del revuelo que causó la publicación de La fiesta del Chivo —en mi opinión, la mejor que he leído, y que está considerada entre sus cinco más notables—. Del total de sus 20 novelas, he leído diez y he dejado dos inconclusas: la ya citada “La ciudad y los perros” y “La guerra del fin del mundo”, que me pareció lenta y densa. 

            Además de sus novelas, Vargas Llosa escribió 14 ensayos y publicó 16 libros con sus artículos periodísticos.  En su faceta de dramaturgo, creo 9 obras de teatro y 3 guiones cinematográficos, siendo uno de los escritores más prolíficos de nuestro subcontinente.

            Fue galardonado en incontables ocasiones y recibió docenas de doctorados honoris causa por universidades de todo el mundo, pero vale destacar la obtención de la que se considera la triple corona para un escritor que publica en español: El Premio Príncipe de Asturias, en 1986; el Premio Cervantes, en 1995 y el Premio Nobel de Literatura, en 2010.

En nuestro país, se le reconoció con la máxima distinción que entrega el Gobierno Mexicano a un extranjero: la Orden del Águila Azteca, recibida de manos de Felipe Calderón en marzo de 2011.  “Fuimos compañeros en la defensa de la libertad y la democracia. Descanse en paz. Mis condolencias a su familia”, expresó en sus redes sociales hace unos días el expresidente.

            Cualquier cosa que yo pueda decir de Vargas Llosa es menor, en comparación con lo que han dicho personas muy destacadas de los ámbitos literario y periodístico, a raíz de su fallecimiento, el pasado domingo, a los 89 años de edad, en su ciudad natal, Arequipa, Perú.  Me permito citar algunas expresiones:

            Gabriel Guerra Castellanos:

            “A los grandes escritores se les rinde homenaje leyéndolos, releyéndolos. Mario Vargas Llosa fue un gigante de la literatura, pero hay quienes lo adoran o lo detestan más por su política que por sus obras. Al arte se le debe juzgar por su mérito, no por su ideología”.

                Sergio Huidobro:

            “Al morir Vargas Llosa se cierra una idea centenaria de la novela realista, capaz de narrar a América Latina, con la frustrada ambición de transformarla. Ahora sí, se cierra una era”.

            Sergio Ramírez:

            “Mario Vargas Llosa, con su muerte, ha cerrado la puerta de la más espléndida época de nuestra literatura. La luz, sin embargo, seguirá encendida”.

            Julio Patán:

                “MVL entendió el priismo, eso que calificó de “dictadura perfecta” con buenas razones, expuestas en la famosa polémica con Octavio Paz,  como entendió que el obradorismo implicaba la destrucción de la democracia mexicana, imperfecta e inmoralona pero mucho mejor que lo que se nos dejó venir en 2018, el inicio de la dictadura que está a nada de cuajar por completo con la llamada reforma al Poder Judicial, un golpe de Estado”.

            Sergio Sarmiento:

            “Vargas Llosa fue un escritor de enorme relevancia, sin embargo, no podemos recordarlo sólo como narrador: fue un escritor políticamente comprometido”.

            Andrés Manuel López Obrador (en 2021, como siempre denostando a quienes pensaban diferente a él):

            “Me da gusto escuchar, observar, constatar la decadencia de Vargas Llosa”.

            Rubén Cortés:

            “Ahora, Vargas Llosa vive en ese universo negado a casi todos los             humanos, que algunos nombran gloria y otros paraíso. Pero en realidad se llama inmortalidad”.

            Ciro Gómez Leyva:    
            “Mario Vargas Llosa nunca fue un crítico político ambiguo, tibio; fue muy decidido, su punto de partida y de llegada siempre fue la libertad”.

            Arturo Pérez Reverte (en 2014):

            “Mario, ¿Qué se siente ser el último de los mohicanos, el último de los grandes?”

MENÚ VARGAS LLOSA.

            Para quienes no han tenido la oportunidad de adentrarse en la literatura del Nobel de Arequipa, mi muy personal recomendación, a manera de un menú de cinco platos:

            APERITIVO:

            Pantaleón y las visitadoras”. Novela ligera, una comedia con tintes profundos, que hacen pensar.

            ENSALADA:

            La tía Julia y el escribidor”. Erotismo fino, enamoramiento irracional, ruptura de cánones socialmente aceptados.

            SOPA:

            Cinco esquinas”. A los 79 años de edad, Vargas Llosa toca temas            polémicos, en una sociedad amenazada por la violencia, la pérdida de valores y la ambición, y aborda la sexualidad en variantes que “las buenas conciencias” considerarían completamente impropios.

            PLATO FUERTE:

            La fiesta del Chivo”. Novela que gira alrededor del magnicidio, en 1961, del dictador de la República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, en la que retrata los excesos de la clase política de aquella época, replicados en tantos otros países de nuestra región. El libro entremezcla tres historias: la de Urania Cabral, mujer que vuelve a Dominicana 35 años después del asesinato, y que tiene un secreto relacionado con Trujillo; la de los últimos días del régimen del dictador y su relación con el padre de Urania, parte de su círculo más cercano; y la de los asesinos del presidente, sus historias personales y las razones que los llevan a involucrarse en el atentado.

            POSTRE:

            “Las travesuras de la niña mala”. Una novela mal recibida por la crítica “seria”, pero que resulta absolutamente entretenida y que, a más de uno, le removerá viejos recuerdos.  Narra la relación tóxica entre dos amantes, durante cuatro décadas, en diversos momentos y lejanas partes del mundo. Este libro inspiró una serie producida por Univisión, que me he resistido a ver, porque no me gustaría ver modificados los rostros de los personajes que forjé en mi imaginación.

            DIGESTIVO:

            “Los genios”, del escritor y periodista peruano Jaime Bayly. Una ficción que parte del puñetazo que, en 1976, en la Ciudad de México, le propinó Vargas Llosa a quien hasta ese momento fue su amigo cercano, Gabriel García Márquez, y cuyas razones reales, ambos escritores se llevaron a la tumba.

Guadalajara, Jalisco, abril 16, 2025.

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