Por Profr. Mario González Reyes*
El Gran Maestro, nacido en 1925 en la remota sierra norte de Puebla, es un hombre que ha vivido casi un siglo, una vida entrelazada con la historia de la educación rural en México.
Su existencia es un testimonio vibrante de la fuerza de la memoria, un puente entre un pasado de lucha y sacrificio, y un presente que aún late con las lecciones de los días idos.
Nació en Tetela de Ocampo, en un hogar donde la educación no era solo una carrera, sino una misión sagrada. Su madre, Amparo, fue la viva imagen de la maestra rural mexicana, una mujer de hierro forjado en las llamas de la Revolución de 1910. Ella no solo le dio la vida, sino que también le inculcó la pasión por la enseñanza, acompañándolo en esas primeras aventuras por caminos de tierra, donde ser maestro era un acto de valentía, un desafío constante al peligro y la adversidad. Recuerda, con una mezcla de temor y asombro infantil, las noches en que caminaban a tientas, esquivando sombras amenazantes y cadáveres de maestros colgados en los árboles, imágenes que quedaron grabadas en su joven corazón y que lo hicieron comprender, demasiado pronto, las crueldades del mundo.

Desde los cinco años, ya sabía leer y escribir, gracias a su primera maestra, doña Reynalda Varela, y al Silabario de San Miguel. Pero fue su madre quien se convirtió en su verdadera guía, llevándolo de la mano por las aulas de Zacapoaxtla, su primer refugio escolar. En esos días, la educación era su refugio y su trinchera, donde la influencia de su maestro Salvador Monroy Padilla lo llevó a enfrentar las fuerzas de los Cristeros, protagonizando actos de resistencia que quedarán por siempre en su memoria.
Su juventud fue un torbellino de experiencias y desafíos. A los ocho años, decidió “correr vida”, huyendo de casa hacia la ciudad de Puebla, donde pasó días de hambre y frío, sin un techo donde cobijarse, pero con un espíritu indomable que lo impulsaba a seguir adelante. Barría calles, lustraba zapatos, hacía lo que fuera necesario para sobrevivir, todo mientras continuaba su educación. Estos años difíciles templaron su carácter, enseñándole a valorar cada pequeño triunfo y a aferrarse con fuerza a la vida.
En 1948, su destino lo llevó a la Normal de Tenería, donde comenzó su verdadera historia como maestro rural. Allí, en ese lugar que se convertiría en su segundo hogar, vivió días de gloria y satisfacción, enseñando a 71 niños en Xico, Chalco, a leer y escribir, a pesar de las terribles condiciones en las que vivían. Ese fue el inicio de un legado que continuaría por décadas, formando generaciones de maestros rurales en lugares como la histórica Normal de Tiripetío en Michoacán.
El Gran Maestro también conoció el dolor más profundo. En 1971, la vida le arrebató a su primera esposa, Guillermina Soto Blancas, en un golpe que lo dejó devastado. Pero su espíritu, tan acostumbrado a la adversidad, no se doblegó. Se sumergió en su trabajo, encontrando consuelo en la rutina, hasta que el destino lo cruzó con Angelina Espinosa, su “Prieta”, con quien encontró una nueva razón para sonreír y para seguir adelante, formando una familia que se convertiría en su mayor orgullo.

La Escuela Normal Rural de Tenería fue, y sigue siendo, el corazón de su vida. Allí, pasó 23 años, tres como estudiante y veinte como profesor, compartiendo su sabiduría con alumnos que hoy recuerdan con cariño y respeto al maestro que los formó, no solo en las aulas, sino en la vida. Los días en Tenería fueron los más felices de su juventud, una época dorada que atesora en su corazón y que revive cada vez que menciona el nombre de esa institución.
Hoy, a sus 99 años (100 años), el Gran Maestro es un hombre que ha visto y vivido más de lo que la mayoría podría imaginar. Su vida es un poema épico, un canto a la educación, al sacrificio y al amor por los demás. Y aunque el tiempo ha pasado, su espíritu sigue siendo fuerte, su voz aún resuena con la misma pasión de antaño cuando recita con fervor:
“Cuando lejos me encuentre de tu techo
en otras tierras de la Patria mía,
gritaré con la fuerza de mi pecho:
¡Aún te recuerdo, TENERÍA!”
Así, con el alma llena de recuerdos y el corazón palpitando con la fuerza de las experiencias vividas, el Gran Maestro sigue siendo un faro de inspiración, un hombre que, en su vejez, continúa disfrutando de la vida y compartiendo su sabiduría con aquellos que tienen el privilegio de escuchar sus palabras. Su historia es, sin duda, un legado imperecedero, un testimonio de la grandeza del espíritu humano y del poder transformador de la educación.
*Este es un resumen de la entrevista realizada el 10 de abril de 2024.
CRÉDITOS
Xavi Barr: https://web.facebook.com/groups/910316313509005/user/1827400018
Historia de Maestros: https://web.facebook.com/groups/historiasdemaestros





