Por Arturo Allende González*
El pasado 8 de marzo se conmemoró una vez más a nivel mundial el Día Internacional de la Mujer, nuestro país se sumó a la conmemoración de dicho acontecimiento con la realización de diversas actividades, tanto en la capital de la República como en varias ciudades del interior del país, destacando entre ellas la marcha multitudinaria en la Ciudad de México, enarbolando diversas consignas.
El Día Internacional de la Mujer, empezó a conmemorarse por la Organización de las Naciones Unidas en 1975 y dos años más tarde fue proclamado por su Asamblea, el 8 de marzo para rememorarlo, desde entonces año con año se conmemora alrededor del mundo, con consignas sobre el respeto a los derechos humanos de las mujeres, igualdad de género y de oportunidades, empoderamiento y mejores condiciones de trabajo, entre muchas otras.
A más de un siglo de las manifestaciones de las mujeres que, reclamaban a comienzos del siglo XX igualdad de derechos entre los sexos y a 50 años de conmemorarse el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, sin dejar de reconocer los importantes avances que se han tenido en diversos países del mundo -México entre ellos-, persiste un saldo deficitario en diversos rubros, destacando los siguientes:
- Violencia de género
- Igualdad de oportunidades
- Brecha salarial
- Paridad en diversos rubros
- Respeto a los derechos humanos de las mujeres
La inequidad y brecha de oportunidades que han padecido y en diversos campos continúan padeciendo las mujeres, responden a la desigualdad, dominación e inequidad de una civilización predominantemente patriarcal y machista.
En este marco, recupero en el presente artículo la memoria de un texto trascendental, en el empeño por concientizar a la mujer sobre sus derechos y en la lucha feminista que a lo largo de muchos años han llevado a cabo diversas mujeres en nuestro país; me refiero al artículo publicado en El Sol de Madrid hace casi un siglo, 97 años para ser precisos (febrero de1928), autoría de la destacada feminista Antonieta Rivas Mercado.

El artículo ha sido considerado por algunos analistas como “el escrito más lucido que sobre el tema -de género- haya realizado una feminista nacional”.
He aquí unos fragmentos del histórico artículo.
“La mujer es distinta del varón y debe afirmar su diferencia, en vez de aspirar a igualarse”.
“La mujer analizada por sí misma proyectaría luz sobre un obscuro capítulo de la psicología. La esencia de la mujer yace en sus rasgos diferenciales y ella es la única que puede definirlos”.
“En general, se conceptualiza a la mujer en México buena. De los hombres se dice, con una sonrisa benigna, que son una calamidad. Pero de la mujer, que es buena, muy buena. Extraño concepto de la virtud femenina que consiste en un “no hacer”. Podría indicarse que para no hacer es preciso ser de alguna manera. Cabe la duda de que dicha virtud sea un fruto del temor, más que un producto espontáneo. Porque salta a la vista que la pasividad femenina sirve de zoclo a la licencia masculina. Las mujeres mexicanas en su relación con los hombres, son esclavas. Casi siempre consideradas como cosa y, lo que es peor, aceptando ellas serlo. Sin vida propia, dependiendo del hombre, le siguen en la vida, no como compañeras, sino sujetas a su voluntad y vendidas a su capricho. Incapaces de erigirse en entidades conscientes, toleran cuanto del hombre venga.
El resultado es que éste no estima ni respeta a la mujer y que ella se conforma, refugiándose en lo que han llamado su bondad. Pero ya es tiempo de decirles que se trata de un poco de éter o cloroformo sentimental que el hombre les ha estado dando. Si la bondad de la mujer no hubiera sido una ilusión piadosa, se reflejaría en sus hijos, en sus maridos, en todos aquellos hombres accesibles a su influencia.
No vamos a juzgar a la mujer con el criterio masculino de que debe hacer obras que trasciendan de su persona. No; nos concretaremos a buscar a la mujer dentro de la esfera que le es propia, la de su feminidad, y, con Marañón, diremos que su obra es el hombre. ¡Qué requisitorio merecen entonces las mujeres de México!
Como esposas, toleran y sufren. Como madres, sufren y toleran. Incapaces de elevarse a la altura que deriva, sin un criterio moral que norme sus actos. Basta echar una ojeada a las páginas de nuestra historia para sentir inmediatamente que nos han faltado mujeres fuertes, mujeres conscientes de sí mismas y del papel que debían desempeñar.
Alguien dijo que la mujer es la mantenedora de la raza. Por naturaleza lo es: pero basta ya de creer que por sabiduría infusa la mujer acierta a ser esposa y ser madre. No sólo es insuficiente dar nada más la vida física, sino muchas veces, criminal. Es menester que la mujer se ponga en condiciones de dar vida moral. ¡Que la mujer se haga capaz de dar vida moral al hombre!
¿Podría darse algo más difícil, pero al mismo tiempo más apremiante? En verdad, y aunque el hombre voluntariamente no se lo confiese, por instinto espera de ella ese don inapreciable, como si ella estuviera en contacto íntimo con fuerzas vitales a las cuales él no tiene acceso. Pero esa realidad espiritual que el hombre presiente no debe bastar ya a la mujer. Creemos que está obligada a desarrollar el esfuerzo indispensable para hacer efectivo en ella lo que hasta hoy ha sido posibilidad. Diríase que la mujer es un teorema sin demostración. Su contacto íntimo con la vida, su intuición de ella exige medios para que pueda utilizar esa influencia, hasta ahora virtual. Es preciso sobre todo para la mujer mexicana, ampliar su horizonte, que se la eduque e instruya, que cultive su mente y aprenda a pensar.
Puede repugnarle a la mujer emplear la lógica masculina; pero como no ha elaborado una propia, antes que preconizarle que lo haga más vale urgirla a que venza su resistencia y aproveche la existente; si puede, que la modifique y se valga de ella para hacer sentir su presencia, no como un ser encerrado en sí mismo, sino capaz de imprimir a la vida de otros seres el giro que ella desee.
El cultivo de la mujer será el exorcismo que la limpie de su bondad pasiva, provocando reacciones que hagan cesar en México la repetición de un siglo de historia como el que contamos desde nuestra independencia”.
El texto anterior, es pionero en la lucha feminista en nuestro país. Un posicionamiento progresista en pro de la igualdad de género y del respeto efectivo de los derechos humanos de la mujer mexicana.
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