Por Ana Karen Flores*
El 8 de marzo no es un día de celebración, sino de lucha y memoria. Conmemoramos el esfuerzo histórico de las mujeres que han exigido igualdad de derechos, condiciones laborales justas y el fin de la violencia de género. A pesar de los avances normativos y de la visibilidad de la problemática, las cifras de violencia contra las mujeres continúan siendo alarmantes, lo que evidencia que el feminismo sigue siendo una necesidad urgente en nuestras sociedades.
El feminismo, lejos de ser un movimiento homogéneo, es una corriente de pensamiento y acción que ha evolucionado con el tiempo. Su propósito es la erradicación de las desigualdades estructurales que afectan a las mujeres y las personas de identidades de género diversas. Desde su primera ola, enfocada en el sufragio femenino, hasta la actualidad, donde se abordan temáticas como la violencia, la interseccionalidad y la justicia económica, el feminismo ha demostrado ser un motor de transformación social.
No obstante, el feminismo ha sido objeto de ataques y tergiversaciones. Quienes se oponen a él lo acusan de promover una supuesta "guerra de sexos" o de buscar privilegios para las mujeres, cuando su esencia radica en la equidad y la justicia. En este contexto, es fundamental reivindicar su importancia y desmentir narrativas que buscan deslegitimarlo.

Uno de los mayores desafíos que enfrenta la lucha feminista es la erradicación de la violencia de género. La violencia contra las mujeres adopta diversas formas: física, psicológica, económica, simbólica, sexual y digital. Según informes de organismos internacionales, una de cada tres mujeres ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida, una estadística que evidencia la magnitud del problema.
El feminicidio es la manifestación más extrema de la violencia machista. En muchos países, el número de feminicidios es alarmante, y a menudo los casos quedan en la impunidad debido a la falta de acceso a la justicia, la revictimización y la negligencia de las autoridades. La falta de medidas efectivas para prevenir y sancionar la violencia contribuye a que muchas mujeres vivan con miedo.
Otro problema creciente es la violencia digital, que se manifiesta en la difusión no consentida de imágenes íntimas, el acoso en línea y las amenazas de violencia sexual. Con la expansión de las tecnologías, esta forma de violencia ha tomado un papel preponderante en la agenda feminista.

El reconocimiento de los derechos de las mujeres como derechos humanos ha sido un logro fundamental en el ámbito internacional. Instrumentos como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y la Convención de Belém do Pará han servido como base para que los Estados adopten medidas de protección. Sin embargo, la brecha entre la norma y la realidad sigue siendo amplia.
La protección de los derechos humanos de las mujeres requiere de un compromiso estatal firme. La creación de refugios para víctimas, la implementación de programas de educación con perspectiva de género y la capacitación de operadores de justicia son medidas necesarias, pero insuficientes si no se acompañan de voluntad política y presupuesto adecuado.
Asimismo, es imprescindible reconocer la interseccionalidad en la protección de los derechos de las mujeres. No todas las mujeres experimentan la discriminación de la misma manera. Factores como la etnicidad, la condición económica, la orientación sexual o la discapacidad pueden agravar la situación de vulnerabilidad de ciertos grupos, por lo que las políticas públicas deben ser inclusivas y sensibles a estas diferencias.

A pesar de los obstáculos, las mujeres han encontrado en la sororidad y la organización colectiva una vía para transformar su realidad. Movimientos como #MeToo, #NiUnaMenos y la Marea Verde han demostrado que el feminismo es una fuerza imparable que traspasa fronteras y desafía estructuras de poder arraigadas.
Las marchas del 8 de marzo son un recordatorio de que la lucha no ha terminado. Son un grito de resistencia contra la violencia, la desigualdad salarial, la precarización laboral y la criminalización de los derechos sexuales y reproductivos. Son también una expresión de esperanza, porque cada acción feminista contribuye a la construcción de un mundo más justo y equitativo.
En este contexto, es fundamental que tanto la sociedad como los gobiernos asuman su responsabilidad. No basta con discursos vacíos ni con "celebraciones" que invisibilicen la violencia y la desigualdad. Es necesario un compromiso real que se traduzca en políticas efectivas, legislación robusta y cambios culturales profundos.

El feminismo sigue siendo una necesidad urgente en un mundo donde la violencia contra las mujeres es una realidad cotidiana y la protección de los derechos humanos sigue enfrentando desafíos. En el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, es imprescindible reflexionar sobre los avances logrados, pero, sobre todo, sobre las acciones pendientes para garantizar una sociedad libre de violencia y discriminación.
No podemos permitir que el 8 de marzo sea reducido a un día de "felicitaciones" y flores. Debe ser un recordatorio del trabajo que queda por hacer y del compromiso que todas y todos debemos asumir para erradicar la violencia de género y lograr la equidad en todos los ámbitos de la vida. Porque la lucha feminista es, en esencia, una lucha por la justicia y la dignidad humana.
Las mujeres salimos a marchar, resistir y descansar, lo que un Día histórico comenzó para la reivindicación de los derechos laborales de las mujeres; se ha transformado poco a poco en la necesidad de defender los derechos de manera progresiva, inclusive los relacionados con el medio ambiente, sociales, culturales y digitales. El principio de autonomía progresiva no tiene por qué verse afectado por las políticas regresivas en la política, pues las mujeres vamos ganando espacios, lugares y puestos de toma de decisión a través de las acciones afirmativas, la rabia, el coraje o los movimientos sociales.

Este día es un buen momento para tomar consciencia a través de la lectura, escuchar música o artistas femeninas, apoyar desde todos los lugares e involucrarse activamente en diversas actividades.
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