Por Víctor Hugo

Nos pusimos al día con los temas de interés, la sobremesa fue más que reconfortante, pero en un instante se rompió esa magia, miró su reloj y con un breve suspiro, dijo: debo marcharme.
Tomó su bolso y su abrigo, para luego decirme: ¿sabes? me duele despedirme, así que en estricto sentido no lo haré, cuídate mucho por favor, nos vemos pronto, afirmó con voz entrecortada, yo permanecí inmóvil, admirando su presencia, su esencia misma, hasta que su pequeño Cooper rojo desapareció en el horizonte.
La mesera interrumpió aquel momento: su cambio señor, conservarlo, respondí y me retiré.
Tiempo después, en un día de esos que parecen rayar en lo ordinario, pero que afortunadamente no lo fue, tuve noticias de ella, su foto en la contraportada de un libro, no lo podría creer, una gran emoción me invadió... lo lograste, sonreí. ¿Perdón señor?, respondió el encargado del puesto de periódicos, oh nada ¿Cuánto es?, $250 señor, es un estupendo libro, comentó mientras me daba el cambio.
Lo sé, amigo lo sé...

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