Por Gabriel Escalante Fat*
“El tiempo es limitado y algunas oportunidades
nunca se repiten”.
De la película “Belle de Jour”.
PREÁMBULO.
Tenía apenas un par de semanas de haber terminado de leer En el reino del toro sagrado, magnífica novela de Jordi Soler, cuando me entero que el autor acababa de publicar un nuevo libro, una breve crónica de cómo él y Joan Manuel Serrat se embarcaron en la aventura de escribir, a cuatro manos, una canción.

Mi admiración, desde adolescente, por Serrat, y el respeto que ante mis ojos se está ganando Soler como escritor, me llevaron a comprarlo de inmediato y a leerlo en una tarde y una madrugada.
Jordi Soler, prácticamente coetáneo mío, cumplió a los cuarenta años de edad un sueño que persiguió desde muy joven y que se le concedió en circunstancias totalmente imprevistas: conocer a su ídolo, a solicitud del propio Joan Manuel, quien había quedado positivamente impactado con uno de sus libros, marcando el inicio de una amistad de 20 años y llegando hasta este intento de coautoría, aún inacabada.

Ese es el argumento de Y uno se cree, en donde Soler alterna la visión de fan con la de amigo de uno de los mayores exponentes de la canción en castellano de la última mitad del siglo XX.
MI ANÉCDOTA, CINCO DÉCADAS ATRÁS.
En 1976 fui invitado a formar parte de un grupo de muchachos de entre 15 y 20 años (yo era el menor) bajo el ambicioso nombre de PROCEO, Promotores de la Cultura y la Economía de El Oro (El Oro es mi pueblo). El iluso objetivo de este grupo era la organización de actividades tendientes a sacar a la pequeña comunidad del marasmo en que vivía, con una economía deprimida y alejada del mundo cultural y artístico del país.

Poco más de tres años antes, el Ayuntamiento, con enormes esfuerzos, había restaurado el Juárez, un hermoso teatro isabelino construido en 1907, durante la época de esplendor del pueblo, y por el que habían desfilado grandes figuras de la época, pero que en las últimas dos décadas se había deteriorado muchísimo al ser utilizado como cine.
El Teatro Juárez lucía ahora muy bello, pero estaba sub-utilizado. Su escenario y en consecuencia su platea y sus gradas, permanecían vacíos la mayor parte del tiempo.

Así que en PROCEO nos propusimos llevar a nuestro teatro una figura de la talla de aquellos artistas que habían actuado en él hacía 60 años.
Las opciones, basadas en nuestros gustos personales, fueron: Alberto Cortez, Óscar Chávez y, desde luego, Joan Manuel Serrat. El primero no llegaría a nuestro país sino hasta noviembre, según pudimos averiguar a través de Juan José Valencia, su representante en México. Chávez se mostraba esquivo y al final, muy fuera de nuestro presupuesto. Y cuando el panorama se ponía sombrío, pudimos comunicarnos con un promotor artístico que nos ofrecía un recital de Serrat ¡por tres mil dólares! (De acuerdo a distintas calculadoras de inflación, esa cifra equivaldría al día de hoy, a entre 212,000 y 340,000 pesos).
En el tiempo del que hablo –abril de 1976- Joan Manuel ya tenía siete meses viviendo en México, exiliado ante la posibilidad de ser detenido si volvía a España por sus declaraciones en contra de los últimos fusilamientos del régimen franquista. Por esa razón sus honorarios eran un poco más bajos que los de artistas internacionales de fama similar. Visto a la distancia, tres mil dólares eran una ganga imposible de despreciar, pero en ese momento nos parecía una fortuna inalcanzable.
Hicimos números una y otra vez; la baja capacidad del teatro (250 butacas en luneta y 300 espacios en galería) obligaría a poner los boletos a precios superiores a los vigentes en la Ciudad de México, lo que no era justificable; y en aquella época no se nos ocurrió recurrir a patrocinios. Así que, con todo el dolor de nuestros corazones decidimos que Serrat no podría ser, por el momento. Ya habría otra ocasión…

Al final optamos por una cuarta opción, el otrora famoso barítono Hugo Avendaño quien, razonamos, atraería a un público adulto, con más posibilidades económicas. El cantante, cuya carrera ya venía en declive, nos dio un precio más asequible, que igual no conseguimos reunir con la taquilla aquel 5 de junio. Éxito artístico, fracaso financiero.
Triste noche en la que, en la biblioteca de mi casa, completamente apenados, tuvimos que explicarle a Avendaño que no teníamos los 12,500 pesos de saldo que le adeudábamos, y que a duras penas podríamos pagarle 9,500. Molesto, pero comprensivo, el barítono aceptó descontar esos tres mil pesos y poco después volvió en su coche a la Ciudad de México.
Unos meses después, Juan Adolfo Cornejo, compañero y amigo de la Preparatoria (yo estudiaba en Atlacomulco) nos llevó a la periferia de la población, para mostrarnos su hallazgo: ¡el autobús de Joan Manuel Serrat!, que reposaba en el rancho de Don Pancho Galindo Ochoa, después de que el cantautor había por fin vuelto a España, levantados los cargos en su contra. ¡Y allí teníamos frente a nosotros a “La Gordita”, testigo de los once meses de exilio de Serrat en nuestro país!

Até cabos y me di de topes en la pared: el peculiar autobús estaba allí por la gran amistad que unía a Joan Manuel con María Elena “la Gordita” Galindo, cuyo padre, Don Pancho, era amigo de mi papá. ¡A 30 kilómetros de mi casa y a una llamada telefónica habría yo tenido el contacto directo con Serrat, sin haberlo siquiera sospechado! ¡Quizá sin promotores ni agentes de por medio, hubiéramos conseguido unos honorarios accesibles!

¡Bueno! Así son las cosas y qué se le va a hacer. Tuvieron que pasar dos años para que, en 1978, asistiera yo por primera vez en mi vida, a un recital de Serrat, en el Teatro de la Ciudad, en la capital de mi país.
EPÍLOGO.

El mismo día en que terminé la lectura de Y uno se cree, le envié una nota a Jordi Soler, a través de X (antes Twitter) —esa red social que unas veces es un estercolero y otras un cofre con tesoros—, en la que le expresé mi admiración por su espléndida crónica, además de adjuntarle un resumen de la anécdota aquí referida.

Su breve y pronta respuesta: “Gracias por contármelo. Y por tu historia de La gordita. Abrazo”, terminó por inflar mi ego.
Hoy he terminado de leer, del mismo autor, Los rojos de ultramar, la novela que provocó que Joan Manuel Serrat deseara conocer a Jordi Soler. Y entendí por qué: ¿Quién no querría conocer a quien es capaz de escribir una maravilla literaria como esa?

Aquí dos ligas a breves videos en los que Serrat y Soler se refieren al tema:
Guadalajara, Jalisco, febrero 17, 2025.
*Contacto: gescalantefat@aol.com
*Contacto: https://web.facebook.com/gabriel.escalante.31542





