Por Víctor Hugo
¿A dónde ir?, ¿Qué hacer? Camino por las calles de mi pueblo, pero me siento extraño. No reconozco a nadie, el paisaje ha cambiado mucho, los aromas son otros, los recuerdos no se diga.
Camino sin rumbo como un paria, como una sombra que el sol de medio día borra sin piedad. Mi mente corre desesperada buscando una razón, un motivo y se tropieza con la nada.
Apenas vivo unos cuantos momentos de aquella vida que nunca más será. No es como la imaginaba, definitivamente no es así, vaya loco que fui.
Escucho la voz de un niño que me regresa a la realidad, a mí realidad, lo abrazo fuerte y en mis ojos se aprecian pequeñas gotas de sentimientos expresados desde el alma.
¿Por qué lloras? No pude responder, me límite sólo a colocar la palma de mi mano sobre su cabello y a sonreír.
Insistió… ¿Por qué lloras?
Lloro de felicidad, pero sigue jugando que empieza a hacer frío y pronto debemos regresar a casa, tú mamá nos espera.
Tomó su pelota y volvió a jugar. Lo miré como tantas veces lo hacía, hermosa inocencia. Me abotoné la chamarra y crucé los brazos, mientras observaba a mi alrededor.
Nada importa, que cambie todo lo que tenga que cambiar, mientras existan mi pequeño y su mamá, la vida será mejor, siempre mejor.
Los amo mucho como también amo a los demás y eso jamás va a cambiar.





