Por Víctor Hugo
Mi madre, ¿crees poder venir a comer hoy? Permanecí en silencio algunos segundos, analizando si podría ir. Tras la breve pausa respondí, sí, está bien. Todo el día estuve pensando de que querrá hablarme, hace tiempo que no la veo, quizá esa llamada fue lo único que distrajo mi mente de la pistola que aún estaba en casa.
Cuando llegué con ella, la mesa estaba puesta, había música y un ambiente de hogar que hacía años no disfrutaba, el olor a comida era tan seductor que por un momento pasó mi niñez por mi mente. Mientras ella se quitaba su delantal con una bella imagen de flores, me aproximé para saludarle de beso como siempre lo había hecho.
¿Tienes hambre?, se apresuró a preguntar, a lo cual respondí que sí con un movimiento de cabeza, y mientras lavaba mis manos en el fregadero de la cocina, mi mente aún estaba llena de recuerdos.
Comimos y saboreamos la inigualable gastronomía de mi madre. Posteriormente, cuestioné: ¿De qué querías hablarme Má? Enseguida, sacó de su delantal un sobre que me entregó sin decir nada.
Leí detenidamente su contenido, vaya noticia que me estaba dando. Concluí su lectura y volví a meter la hoja en el sobre, todo era confuso. Tomé su mano sin decir palabras, sabía que aquellas letras en ese papel, cambiarían el rumbo de mis planes, tomé el vaso de refresco y lo bebí de un sólo trago.
Volví a casa sin decir nada, abracé a “Botas” y para mí sorpresa parecía saber lo que estaba pasando.
Al día siguiente, después de mi rutinaria vida, fui a visitar a un amigo que sabía de armas, la idea fue negociar la pistola. Se interesó por ella, me hizo una oferta y la acepté. Cuando volví a casa de mi madre, le entregué el sobre y ambos permanecimos en silencio.
¿Cuánto tiempo?, le dije en un murmullo. No respondió, eso lo decía todo, la entendía perfectamente. ¿Qué haría mi madre sola?, debía hacer algo, pero no sabía qué.
Volví a casa, “Botas” no estaba por ninguna parte, vaya gato glotón ¿a dónde habrá ido?, me cuestionaba mientras me tumbaba en la cama. Dormí por varias horas hasta que el hambre me despertó, pero no había comida en casa, entonces fui a cenar con mi madre. ¡Vaya sorpresa!… “Botas” estaba en sus brazos.
¿Y ese gato?, ¿Cómo demonios llegó aquí? Pregunté.
Ella parecía refugiarse en “Botas” … como yo.
¿Vas a cenar? Preguntó como si nada hubiera pasado, como si el tiempo regresara unos años atrás.
Si, gracias, respondí.
Las luces de la calle empezaron a iluminar la fría noche, el ruido de los coches apenas era perceptible, la paz en mi alma era inexplicable … Y así, el rumbo de mi vida cambió repentinamente.
Mira lo que llegó a casa, dijo mi madre a mi padre, mostrándole el gato, mientras él encendía una veladora, al cuadro que estaba sobre la chimenea.
¿Creen en la reencarnación? Yo sí, ahora sí creo.





