Por Gabriel Escalante Fat
La verdad es que conquistar medio mundo en el siglo XVI
con un puñado de fulanos bajitos, analfabetos,
broncos, sanguinarios y muertos de hambre
puede no ser la más delicada acción moral de la historia;
pero en términos de historia mundial objetiva
es una hazaña impresionante.
Arturo Pérez Reverte.
Día del Descubrimiento de América o Día de la Raza, hasta hace unos años, en toda Hispanoamérica.
Día de la Hispanidad, en España; un festivo de los más importantes en su calendario cívico.
Columbus Day, en Estados Unidos, también un feriado que allá se mueve al segundo lunes de octubre.
Día de la Resistencia Indígena, según reciente declaratoria del Gobierno de la CDMX.
Hace tres años, en el artículo “Y MIS HIJOS, CRISTOBALITOS” (https://revistadinteres.com/y-mis-hijos-cristobalitos/), di mi punto de vista respecto al acontecimiento conmemorado cada 12 de octubre, que —reitero— constituye un hito histórico de magnitud incomparable, no importando cómo se le denomine, ni cuántas filias y fobias despierte. Por tanto, no repetiré mis argumentos.

Apenas el sábado 12 de octubre, la doctora Sheinbaum, que de acuerdo a la Constitución es la Presidenta de México —habrá que ver si en realidad está gobernando este país—, descalificó que a la hazaña de Colón se le llame “descubrimiento”, porque —arguye— así lo llamaron quienes vivían en Europa.
Yo le pregunto a la presidenta:
En una época en que en Europa se pensaba que toda el área habitable del planeta la constituía el continente Euroasiático-Africano, en realidad una sola masa de tierra más una buena cantidad de islas adyacentes, ¿Cómo se le iba a nombrar al encuentro de un nuevo macizo continental insospechado? ¿Cómo se denominó al hallazgo de James Cook, en 1770, de una isla de 8 millones de kilómetros cuadrados, hoy Australia? ¡Pues descubrimiento, carajo! (Aunque actualmente existen sospechas bastante fundadas de que los portugueses desembarcaron allá alrededor de 1514).
Porque, seamos honestos: ni los aborígenes australianos, ni los “pueblos originarios” de la hoy América —desde Canadá hasta la Tierra del Fuego— tenían idea de la existencia de otras tierras allende los océanos.
En conclusión, “descubrimiento” es un término adecuado. Incluso tendríamos que afirmar que hubo un doble descubrimiento. Porque los aborígenes americanos también descubrieron la existencia de un mundo insospechado.

Afirma la presidenta que, antes de la llegada de los europeos (españoles, dice ella, aunque la tripulación de las naves de Colón estaba compuesta por hombres de al menos 3 nacionalidades), en México (que no existía como tal) existían grandes civilizaciones. Cierto. Como cierto es también que no todas ellas coexistieron en una misma época y que, de ninguna manera constituían una nación o una confederación. Y como innegable es que —salvo excepciones como los purépechas— estas grandes culturas vivían en la Edad de Piedra, al no dominar el uso de los metales, como no fuera para efectos ornamentales.
Sigue diciendo Sheinbaumpoxtli (descendiente de judíos europeos, aunque no por eso menos mexicana que cualquiera de nosotros) que “la grandeza de México se debe a la grandeza de las culturas de los pueblos originarios, que nos ha hecho ser quienes somos”, olvidando mañosamente los avances que llegaron de Europa, y que a saber cuándo los habríamos tenido acá por evolución.
No menciona ni por asomo la presidenta al idioma español, el segundo idioma más hablado en el mundo (como lengua oficial) y en el que ella misma emitió su discurso plagado de mentiras.
Hasta allí, la descalificación del logro del Almirante de la Mar Océana.
Por si esta serie de tonterías fueran poco, viene la parte más grave, que nos ha comprado un incidente diplomático y nos ha hecho el hazmerreír en distintas partes del mundo.

Todo se remonta a marzo de 2019, cuando al entonces recién nombrado presidente López Obrador, le envió una carta a Felipe VI, jefe del Estado Español, exigiéndole un reconocimiento oficial de los agravios causados, sin ignorar ni omitir las ilegalidades y los crímenes que se cometieron.
En su afán protagónico y desde su “superioridad moral”, AMLO soslayó los canales diplomáticos e ignoró que el rey de España no tiene facultades para pedir perdón en nombre del país que representa, pero que no gobierna. Es más, ni siquiera puede responder a la carta en su carácter de Jefe de Estado. Olvidó también el ex presidente que el Tratado de Santa María Calatrava, firmado por España y México en diciembre de 1836, se consideró, además del reconocimiento irrestricto a nuestra independencia, como un tratado definitivo de paz y amistad entre ambas naciones.
Y aun más: demostrando que la ignorancia es una buena base para cometer estupideces, no tomó en cuenta el ex presidente que el 13 de enero de 1990, durante el gobierno de Salinas de Gortari, el entonces rey Juan Carlos I, padre del actual monarca, durante una visita de Estado a nuestro país, ofreció disculpas a los indígenas de México, durante su visita a Oaxaca, frente a representantes de las 7 principales etnias. En su discurso de hace 34 años, el ex Jefe del Estado Español lamentó “los abusos que se cometieron durante la Conquista, a pesar de que la Corona de España procuró siempre defender la dignidad del indígena”. Si lo hizo a título personal o en nombre de su país, las fuentes que consulté no lo especifican.
Tres monarcas españoles que gobernaron en la etapa previa y en los inicios de la época colonial, se pronunciaron respecto a los indígenas del Nuevo Continente. El que funcionarios deshonestos o encomenderos ambiciosos hubieran desoído esas órdenes para su propio beneficio es innegable, pero admitamos que era un asunto muy difícil de controlar en unos tiempos en que las comunicaciones entre la Corte y sus tierras de ultramar tardaban meses.

Isabel la Católica
Testamento de la Reina: «Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien»
Carlos I
Instrucciones que el Rey Carlos I de España envió a Hernán Cortés a México en 1523: «Dios nuestro Señor creó a los indios libres y no sujetos, no podremos mandarlos, encomendar ni hacer repartimiento de ellos a los cristianos».
Felipe II
Real Cédula del 29 de noviembre de 1593: «Os mando que de aquí en adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los indios, que si los mismos delitos se cometiesen contra los españoles».

Pues bien, todo este sainete provocó que Felipe VI no fuera invitado a la toma de posesión de la doctora Sheinbaum, el pasado 1 de octubre, aunque sí lo fue el presidente del Gobierno Español, Pedro Sánchez, quien, al provenir de un partido de izquierda —el PSOE—, supuestamente comulga con la ideología de la 4T. Sánchez, en estricto respeto por la institución que representa, anunció enfáticamente que no vendría al evento y que, por primera ocasión en casi 50 años, España no enviaría a ningún representante para atestiguar la asunción del poder de la presidenta.
Este berrinche no pasó inadvertido a la comunidad internacional, y una especie de veto virtual convirtió a esta toma de posesión en la más deslucida de la historia reciente en cuanto a presencia de figuras de importancia global.
Con excepción de la presencia de los presidentes Da Silva, de Brasil; Petro, de Colombia y Boric, de Chile, los otros trece jefes de Estado o de Gobierno presentes, fueron pura morralla:
Algunos, como el guatemalteco Arévalo o el beliceño Briseño no se atrevieron a desairar a la nueva mandataria, porque son nuestros vecinos al sur de la frontera. Xiomara Castro, de Honduras; Luis Alberto Arce, de Bolivia y Abinader, de Dominicana, estuvieron aquí por pertenecer a partidos de izquierda.
El dictador cubano Díaz Canel nunca falta a las celebraciones mexicanas porque, como es bien sabido, nuestro gobierno destina cuantiosos recursos económicos que van a hincharle las bolsas a su gobierno represor.
Los primeros ministros de las islas caribeñas de Santa Lucía y Dominica vinieron quizá para desaburrirse un poco de la plácida existencia en sus países. También del Caribe estuvo aquí la presidenta del Consejo de Transición de Haití.
También se contó con la presencia del presidente paraguayo, Santiago Peña, quizá movido por conocer la Bombonera de Toluca, donde jugara tantos años su paisano Cardozo.
Y de África, asistieron los presidentes de Ghana (les vendemos 752,000. dólares mensuales y les compramos 432,000); de Libia (en lo que va del año les hemos vendido 6.25 millones de dólares y comprado 9.89 millones) y el Primer Ministro de la República Árabe Saharahui, una nación no plenamente reconocida internacionalmente (en 2024 les hemos comprado 225,000 dólares y no les hemos vendido ni un litro de tequila).
En total, sólo estuvieron representados en San Lázaro 105 países de los 193 afiliados a la ONU, la mayoría a través de sus embajadores, cancilleres o, como en el caso de Estados Unidos, de la esposa del presidente Biden.
Difícil labor tendrá el recién nombrado Canciller, Juan Ramón de la Fuente, cuando su jefa, lejos de tender puentes con las naciones con las que tenemos más lazos culturales y comerciales, sigue atizando la llama de odio y resentimiento que encendió su antecesor, quien siempre prefirió mirar al pasado para culpar a otros de sus sonoros fracasos.
¿No sería más sano reconocer a España como uno de los dos más importantes orígenes de esta, nuestra Nación Mexicana y dejar de echarle bravuconadas propias de una cantina?
Guadalajara, Jalisco, octubre 16, 2024.
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