Por Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*

Hay en la red, tres frases cuyo texto dicen: «Tener un lugar al que ir es el hogar. Tener a alguien a quien amar es la familia. Pero tener ambas cosas es una bendición»; «tener un perro, es contar con alguien que te esperará hasta que caiga la noche y te amará hasta que termine su vida» aunque «los gatos logran sin esfuerzo lo que a los seres humanos nos está vedado: ir por la vida sin hacer ruido».

En 2011, los vocablos «perrhijo» y «gathijo» fueron acuñados con la idea de combinar en una palabra los conceptos perros e hijo, gato e hijo, respectivamente, así como evidenciar un cambio sustancial en el modelo tradicional de familia para dar paso a la «familia multiespecie»; es decir, adoptar o comprar un perro o un gato para «sustituir» la función afectiva de un hijo y darle un trato como tal. Algunas de las razones de esa decisión, pueden ser: la soledad; no tener el nivel económico para su manutención; elegir la vida profesional antes que la paternidad o maternidad; no desear tenerlos o al desearlos, la edad biológica no resulte idónea para engendrarlos, o simplemente, sea la perspectiva de las nuevas generaciones, en el sentido de que ese modelo no crea un vínculo con el padre o la madre como sí sucede con los hijos.

Bajo este contexto, nace ese fenómeno cuyo significado esencial es el trato a un animal de compañía como parte de la familia, con el mismo nivel de importancia y conexión emocional que se puede tener por un hijo; es decir, no se refiere al hecho de tener una mascota sino de darle un trato equiparable a un descendiente. Las razones para no tener un bebé pueden ser muchas y desde luego todas son válidas, quedará en cada persona la decisión de tener o no hijos. La cuestión es que el afecto y cuidado que antes se le dedicaba exclusivamente a un «cachorro humano» ahora se le está otorgando a un «cachorro animal», y no es que tal acción esté mal si para ello se respeta su animalización y no se impone el antropomorfismo o humanización como coloquialmente se conoce, de ser así, puede dañar y afectar su bienestar físico y emocional.

El mundo gira, la sociedad no es estática, transita por distintos senderos y la familia no es ajena a ello, actualmente a su núcleo tradicional se han integrado «perrhijos», «gathijos» u otras «bendiciones». De acuerdo con diversos antropólogos sociales, la crianza de animales de compañía puede ofrecer una forma de satisfacer esa «necesidad evolucionada», y al mismo tiempo, reducir la inversión económica y energía emocional en comparación con la crianza de los hijos.

Los conceptos parecieran absurdos, pero reflejan una realidad en auge como sucede en España, uno de los países del mundo donde hay más perros que niños en los hogares, pues según datos del Instituto Nacional de Estadística «INE» y la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía «ANFAAC», hasta hace poco menos de tres años, había 2.2 perros por cada niño menor de diez años. Incluso su Código Civil, fue reformado el dos de diciembre del año dos mil veintiuno, cambiando el régimen jurídico de los animales de compañía para ser considerados miembros de la familia y no simples objetos. En Estados Unidos, se está vendiendo más alimento para perros que comida para bebés; en nuestro País, específicamente en la Ciudad de México, el artículo 13 apartado b de su Constitución Política, establece que los animales son seres sintientes sujetos a consideración moral, concatenado a ello, la tendencia «pet friendly» o «dog friendly» en centros comerciales, ha contribuido a crear espacios donde pueden observarse a personas paseando a sus mascotas y a «familias multiespecie» con sus «bendiciones».

Desde luego, perros o gatos no son responsables de la disminución de la natalidad, pues han sido parte de las familias desde hace miles de años, y este vínculo no es nuevo, son las circunstancias que las rodean, las que influyen en el cambio de modelo a un esquema diverso, por ejemplo: en antaño solía decirse: tendremos los hijos que Dios nos mande y el núcleo familiar era numeroso, sin embargo, el decurso de los años, las condiciones económicas y socioafectivas cambiaron el horizonte de ese modelo social. Como ejemplo, basta sumergirse en la historia de las familias mexicanas, en aquella época en que eran conformadas por cinco, seis, siete o más hijos, y ahora en ese círculo de las generaciones, sólo tienen dos niños en promedio o no muestran interés por tenerlos y seguramente no los tendrán.

Ahora bien, si en el presente, los miembros de las «familias multiespecie» se integran por «perrhijos», «gathijos», «perriprimos»; «gatiprimos»; «perrinietos», «gatinietos», etc., vale la pena hacer una pausa en nuestra cotidianidad para cuestionarnos: ¿Cómo se integrarán las familias en un «futuro lejano»?; ¿Vamos camino a las últimas huellas de la humanidad?, ¿Habrá una etapa posthumana de inteligencia artificial y animales?, y de ser así… ¿Serán las nuevas familias?.

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