Por Juan Leyva Villagómez

Una de las cuestiones que con mayor frecuencia se le reprochan a un medio de comunicación, es la “falta de compromiso social”, entendiendo por eso, la carencia de empatía con aquellas cuestiones que afectan y/o interesan a la ciudadanía.

Partiendo de ello, quienes trabajamos en un medio de comunicación siempre andamos al filo de la navaja al emitir una opinión, ya que el más leve matiz brinda un indicador para ir definiendo la postura política de quienes estamos aquí. 

Pero, ¿en alguna ocasión han pensado que los medios de comunicación (al menos aquellos que tienen una genuina intención de dar a conocer algo más que boletines oficiales) no pueden existir sin el apoyo social?

Y cuando menciono esto, no me refiero al hecho de que la gente exprese: “qué bonita revista”, o un ilimitado número de “likes” en Facebook. El apoyo al que me refiero proviene de una fuente más profunda y (con todo respeto) mucho más importante. Me refiero a la verdadera cercanía que esa misma sociedad establece con el medio en cuestión. Después de todo, por muy buena intención que se tenga, si quienes viven una situación que merece ser hecha pública no la expresan, es difícil que el medio, por sí mismo, se dé cuenta.

Por supuesto, el expresarla implica para los ciudadanos dar la cara.  “Yo soy él o la ciudadana X, vivo en tal sitio y esta es la situación”.  Y ahí es donde se encuentra la principal dificultad.

El simple acercamiento entre un ciudadano y un medio de comunicación ya genera por sí mismo una situación estresante y de desconfianza. Aceptémoslo: vivimos en tiempos miserables.

Pero ese paso (tan sencillo como parece) es necesario para que se pueda dar a conocer la información de manera creíble. De otra forma, todo se reduce a esparcir rumores. Al odioso (al menos para mí) “me contaron que…”

Desde el anonimato, todos somos valientes. La aventura de lanzar una piedra y esconder la mano puede emprenderla cualquiera. Y si de señalar desde lejos se trata, todos nosotros podemos hacerlo.

Está bien; no lo condeno. Todos tenemos nuestra dosis de cobardía interior y a ella rendimos tributo cada que podemos hacerlo.

Pero si de verdad se desea hacer saber que en una colonia determinada no existen las condiciones de infraestructura y servicios públicos adecuados, o que en el Hospital General de Atlacomulco se recibió un mal trato, o que la Policía Municipal de Atlacomulco incurrió en abuso de autoridad, se necesita algo más que un dicho anónimo. Algo más que el rumor sin sustento.

Por supuesto, habrá otros medios de comunicación que comprarán cualquier rumor (falso o verdadero, es lo de menos) con verdadero gozo, siempre y cuando se muestre adecuado a sus fines. ¡Qué importa si se puede demostrar o no! Lo primordial es causar sensación (y sensacionalismo, ¿por qué no?).

Pero, si estamos hablando de “compromiso social”, lo menos que se puede hacer es ofrecer información certera, comprobable; de algún modo irrebatible.

La clase política siempre tomará cuanto micrófono, pantalla o página se le ofrezca para dar a conocer sus opiniones o trabajos. Es parte de su labor y hasta de su obligación; pero también está en su ADN el exhibicionismo mediático. Le encanta el juego de la atención pública.

Pero es hora de que la sociedad también deje de ser una masa amorfa. Sin nombre, sin propósito y voz específica.

No nos engañemos: el compromiso social no sólo es de los medios de comunicación. El compromiso también es de una sociedad para consigo misma.

Es una cuestión de asumir responsabilidades. 

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