Por Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*

Cada año, al final del verano y en la génesis del otoño, infinidad de insectos migran desde Canadá, pasando por Estados Unidos hasta llegar a México, entre ellos, las enigmáticas libélulas, de las cuales hay una metáfora cuya esencia advierte la capacidad para transformarnos y la habilidad para adaptarnos a diferentes escenarios. Es como dice Aimee Sterwart, pequeña gran criatura que se «eleva en las alas de los sueños desbloqueados al borde de las cosas mágicas».

Este insecto pertenece a tres «esferas» del mundo: agua, tierra y aire. Su metamorfosis pasa por tres fases: eclosiona de un huevo, se convierte en ninfa y luego se transforma en libélula. El proceso dura algunos años, pero la etapa adulta es efímera. Como libélula dura apenas unas cuantas semanas, pues gran parte de su existencia la pasa siendo una criatura del agua que respira por medio de branquias y se alimenta de gusanos. Más tarde, inicia su transformación, y ese «viaje» le obliga a experimentar varias mudas de piel hasta que emergen sus alas.  

La libélula a diferencia de otros insectos, no suelen picar a los seres humanos porque no tienen aguijón. Son invaluables depredadores que controlan poblaciones de moscas y mosquitos. Poseen una excelente visión gracias a sus ojos multifacetados que le permiten una panorámica de 360 ​​grados.

Seres etéreos que suelen observarse en zonas donde hay agua. Más allá de su anatomía o vuelo extraordinario similar al colibrí, está su simbolismo. La metáfora de la libélula esta arraigada en diversas culturas, las cuales han observado en su ciclo de vida, una semejanza con la existencia misma, donde esencialmente nada es estático. Entienden que, para sobrevivir hay que cambiar, dejar ir viejas formas, sólo entonces logran ser aquello que siempre ha estado en su interior.

La metáfora nos enseña que, cuando la ninfa muda su última piel y emergen sus alas, la vida será efímera, entonces es momento de abrazar al viento, dejar la «zona de confort» y afrontar nuevos desafíos. Para los nativos americanos, la libélula representa un espíritu guía, que recuerda el viaje final de todos y cada uno de nosotros, donde al dejar el mundo de la tierra y del agua nos transformamos en criaturas del aire, en seres alados ascendiendo a otra «esfera» para ser almas libres. Significados donde convergen lo simbólico con la magia del mundo animal y la sabiduría de esas culturas que ven en la naturaleza, un espejo donde nos vemos reflejados. Incluso existe un mito hindú que señala que el alma de los fallecidos se transforma en una libélula a la espera de su reencarnación.

Michel Dufour, escribió un breve cuento relacionado con el tema, cuyas líneas dicen: «En el fondo de un estanque vivía un grupo de larvas que no comprendían por qué cuándo alguna de ellas ascendía por los largos tallos del lirio hasta la superficie del agua, nunca más volvía. Por tanto, se prometieron unas a otras, que la próxima de ellas que subiera a la superficie, volvería para contarles lo que le había ocurrido. Poco después, una de las larvas sintió un deseo irresistible de ascender a la superficie. Cuando finalmente lo logró, se puso a descansar sobre una hoja de lirio. Entonces, experimentó una magnifica transformación que la convirtió en una hermosa libélula.

Tratando de cumplir aquella promesa, volaba de extremo a extremo del estanque, podía ver a sus amigas al fondo, pero ya no podía regresar al agua. Entonces, comprendió que incluso, si ellas hubieran podido verla, nunca habrían reconocido en esa criatura a una de ellas».

En palabras de Reid Hoffman «La forma más rápida de cambiarte a ti mismo consiste en estar con personas que son como quieres ser tú», o bien, como afirma Ray Goforth «Hay dos tipos de personas en el mundo que te van a decir que no puedes marcar diferencias: los que tienen miedo de intentarlo o los que tienen miedo de que lo consigas».

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