Por Ana Karen Flores*

“Nunca encontrarás la paz de la mente

hasta que escuches a tu corazón”

George Michael

La fragilidad a menudo se entiende como un estado de delicadeza o condición de frágil según el Diccionario de la Real Academia Española, en otros casos puede ser sinónimo de debilidad, pero también aplica a la vulnerabilidad. Es decir, cuando cierto elemento o estado se rompe, por consecuencia es visible.

Sobre esto, la vulnerabilidad ayuda a manifestar algo que probablemente nos duele, molesta o se siente como una carga pesada. Lo complejo tal vez es aprender a decirlo en un mundo en constante movimiento; donde las emociones son reprimidas o tomar tiempo de las actividades cotidianas para asimilar parte del proceso. Aquí, la fragilidad ayuda como catalizador para sentir.

Hablar de las emociones en un entorno hostil es casi imposible, pues además de la empatía y la amabilidad, hace falta comprender que cada persona o grupo social tiene sus propias características; se encuentran moldeados por los diversos eventos individuales, colectivos e históricos. De ahí, el reto principal.

Como consecuencia de la pandemia por COVID-19, las personas recurrieron a diversos medios con la finalidad de trabajar los temas relacionados con salud mental, ansiedad, estrés, duelo o cualquiera que los aquejara; no es para menos, pues también el entorno de violencia incrementó a la par que los procesos legales. Así es que observamos un problema latente pero invisibilizado por las cuestiones sociales.

¿Es posible que normalizar la violencia contribuye a esa falta de sensibilidad? La respuesta es que sí, por eso la violencia estructural forma parte de las dinámicas actuales. Se refiere a estructural porque continúa perpetuando las acciones a ciertos grupos o personas. Por ejemplo: la violencia contra las mujeres rurales mediante la falta de participación que niega el contar con una propiedad o un terreno a su nombre. El adultocentrismo hacia las infancias negando las experiencias previas, etc.

En el marco del Día de la No Violencia, contar con entornos de paz forma parte del bienestar de las personas. La paz entendida como sinónimo de tranquilidad, de calma o de seguridad (tanto factores internos como externos) permite contar con un equilibrio emocional, mental y personal. Caso contrario con la violencia estructural siendo una expresión máxima o total de cualquier agresión.

Por ello, la perspectiva de género es fundamental para entender cómo la fragilidad y la vulnerabilidad se manifiestan de diferentes maneras en hombres y mujeres. Históricamente, las mujeres han sido socializadas para ser vistas como «frágiles» y «dependientes», lo que ha perpetuado un ciclo de violencia y despojo de derechos. Este estereotipo contribuye a la idea de que las mujeres deben ser protegidas, pero no se les otorgan los recursos necesarios para ser autónomas. La falta de representación y participación en la toma de decisiones, especialmente en áreas como la propiedad de la tierra, no solo afecta su desarrollo personal, sino que también perpetúa estructuras de violencia.

Por otro lado, los hombres a menudo son criados en un entorno que les enseña a reprimir su vulnerabilidad. La presión social para demostrar fortaleza y autosuficiencia puede llevar a comportamientos violentos como una forma de expresar su dolor o frustración. Así, la fragilidad no es solo un atributo de quienes son socialmente considerados «débiles», sino que también afecta a aquellos que sienten que deben ser invulnerables. Este círculo vicioso refuerza la violencia y la falta de comprensión emocional en nuestras interacciones diarias.

Bajo este sentido, la empatía juega un papel crucial en la creación de un ambiente libre de violencia. Cuando nos permitimos sentir la fragilidad de los demás y reconocer nuestra propia vulnerabilidad, se genera un espacio de comprensión mutua. La empatía nos permite ver más allá de nuestras experiencias individuales y conectar con el dolor y la lucha de otros. Esta conexión es esencial para fomentar relaciones saludables y respetuosas, donde la violencia no tenga cabida.

Promover la empatía implica educar a las personas sobre la importancia de escuchar y validar las experiencias de los demás. La educación emocional, que debería incluirse en todos los niveles educativos, es clave para enseñar a niñas, niños y adolescentes a reconocer y expresar sus emociones, así como a entender las demás. Crear un ambiente escolar que priorice la empatía y el respeto mutuo puede reducir significativamente la violencia entre pares, contribuyendo a una sociedad más justa basada en la equidad.

Además, es crucial que las instituciones y las políticas públicas adopten un enfoque de género al abordar la violencia. Esto significa no solo reconocer las diferencias en la forma en que hombres y mujeres experimentan la violencia, sino también implementar medidas que aborden esas diferencias. Por ejemplo, las políticas de prevención de violencia deben incluir la capacitación en perspectiva de género para los profesionales de la salud, la justicia y la educación, así como programas específicos que atiendan las necesidades de las víctimas.

La paz no se trata solo de la ausencia de conflicto; es un estado que debe ser cultivado activamente. Esto implica fomentar relaciones interpersonales basadas en la confianza, la colaboración y el respeto. En este sentido, la fragilidad al igual que la vulnerabilidad se convierten en herramientas de conexión, en lugar de barreras. Cuando aceptamos que todos somos frágiles de alguna manera, abrimos la puerta a la compasión y la solidaridad.

Abordar la fragilidad y la vulnerabilidad desde una perspectiva de género, a través de la empatía, en consideración del medio ambiente, nos brinda una oportunidad única para transformar nuestras relaciones y comunidades. Al crear un ambiente donde el binomio de paz – bienestar emocional sean prioritarios, no solo contribuimos a un mundo más seguro, sino que también honramos la dignidad y el valor de cada persona. Esta es la verdadera esencia de un mundo libre de violencia.

Solo a través de la aceptación, la comprensión de nuestras propias debilidades, y las de los demás, podemos construir un futuro donde la violencia no tenga cabida. La empatía, como pilar fundamental de las relaciones humanas, debe ser cultivada fomentándose en toda la sociedad, recordando que el ambiente no solo se limita a las interacciones sino al lugar donde nos encontramos, pues el hecho de estar bajo constantes presiones afecta la vida de manera significativa.

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