Por Víctor Hugo
Un día más o un día menos, todo depende cómo pueda verse la vida. De nuevo a la rutina, en ese ciclo de ir a trabajar y regresar a casa, observar cómo transcurre la tarde y la existencia misma.
Quizá la única diferencia es que ahora tenía una idea en mente, la cual me hacía sentir vivo: comprar una Mágnum 45, como aquella de mi abuelo que mi padre guardaba en el armario, como recuerdo del pasado pero que aún sigue presente. Circunstancias o destino, no lo sé, pero ese día, la jornada laboral concluyó antes de la hora de costumbre. Salí temprano y ahí se presentó la oportunidad para ir a comprar el objeto del deseo.
Finalmente, después de recorrer algunas tiendas, encontré lo que buscaba, no podía ocultar mi alegría, pagué por ella, subí al coche, puse música y decidí regresar a casa para mostrarle mi “regalo” a “Botas”. Al llegar, bajé del auto, caminé a la puerta de la casa, saqué las llaves e inmediatamente escuché ese entrañable ronroneo que supongo que en su lenguaje gatuno es una especie de bienvenida.
Ya en el pequeño sillón que yo llamo de la “reflexión”, puse el arma en la mesita de centro, mientras “Botas” observaba con atención, tal vez intuyendo el objetivo de mi compra o tal vez preguntándose si al igual que él, gozaba de la bendición o maldición de las siete vidas y deseaba experimentar qué se siente caer, pero caer de pie.
Ahora sólo faltaba decidir una fecha para estrenar mi “regalo”, días había muchos, pero debía ser uno importante, uno verdaderamente especial. Después de un recorrido mental a la memoria fotográfica de los recuerdos, elegí una fecha para mi propósito: sí, el día en que tuve la fortuna de conocernos, aquel momento que aún sigue en mi mente y estremece mi alma.
Entonces, sólo era cuestión de esperar a que llegará ese día para estrenar mi “regalo”, no faltaba mucho, la decisión estaba sobre la mesa, hasta ese momento no tenía motivos para cambiarla …





