Por Antonio Corral Castañeda*

Dentro de las páginas del Anecdotario de mi Pueblo, se comenta que un cierto día, a finales de la década de 1920, cuatro jóvenes de Atlacomulco, cuyos nombres omitiré por razones obvias (pero están plenamente identificados), que eran muy buenos amigos, andaban de juerga con algunas copas de más, armando camorra por todas las calles del pueblo y practicando su puntería utilizando como blanco los focos de los postes del alumbrado público.

Pero pasó que en medio de la parranda y trastornados por los humos del alcohol, en un momento muy desafortunado e irreflexivo cometieron una acción sacrílega al hacer unos disparos a la Capilla del Señor del Huerto (hay quien afirma que fue a la sagrada imagen, que resultó ilesa), originando un escándalo sin precedentes por esta tremenda irreverencia.

Este acto reprobable, del que después mucho se arrepintieron, indignó a los habitantes que al percatarse del lamentable incidente, se reunieron en la plaza y a punto estuvieron de lincharlos para cobrarse así el agravio cometido al Señor del Huerto, si no hubiera sido por la enérgica y oportuna intervención de la autoridad y algunos personajes importantes de la población, quienes lograron apaciguar a la furiosa y ofendida muchedumbre.

De ese momento penoso y con tintes de tragedia lograron salir a salvo. Sin embargo, coincidencia o justicia divina, su destino parecía escrito porque lo cierto es que tres de ellos tuvieron un final fatídico, y nunca se logró saber quién los masacró, relacionando algunos sus muertes con aquella descomunal juerga.

El primero en perecer misteriosamente iba camino a su rancho y de una forma inesperada e inexplicable, en una fatal emboscada fue acribillado a balazos de una manera inmisericorde, sin darle ninguna explicación ni mucho menos la oportunidad de defenderse, quedando este crimen sin aclarar.

El segundo de ellos murió cuando en la mismísima puerta de su casa lo balearon con saña en múltiples ocasiones, sin haber de por medio indicio alguno de posibles causas o motivos que justificaran el artero asesinato, que también quedó impune.

Al tercero, un día que viajaba en su automóvil, de forma similar, tal y como había acontecido con los dos anteriores, lo acecharon y asesinaron brutalmente, sin existir tampoco motivo aparente para cometer tan horrenda acción de barbarie y cobardía. El caso es que alguien, que nunca se supo quién o quiénes fueron, a estos tres les cobraron cuentas trágicamente, cualquiera que haya sido el motivo.

Sólo uno se salvó y sobrevivió a esa especie de maldición, pero desde aquella endemoniada noche que marcó la vida de los cuatro amigos, nunca volvió a ser el mismo. Su vida dio un vuelco total, de arrepentimiento perdurable, renegando de su inconsciente arrebato. Siendo dicharachero, alegre, simpático y muy humano, transformó su proceder de una forma radical. Aunque, no obstante, hay quien señala que con todo y ello nunca las tuvo todas consigo, a pesar de que en lo sucesivo mostró un comportamiento ejemplar.

Apegada a la verdad o no, aumentada o transformada por la voz popular, lo cierto es que esta historia ya forma parte del Anecdotario de Atlacomulco.

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Libro ATLACOMULCO sus fiestas, tradiciones, costumbres y anécdotas de Antonio Corral C.

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