Por Irving Gatell*
Empieza septiembre, y en este mes López Obrador y Claudia Sheinbaum van a transformar, radicalmente, la percepción que tienen el uno del otro. Han llegado al momento de sus vidas que NUNCA se imaginaron llegar, y para el que NUNCA se prepararon. Pasa y te platico.
¿Por qué escogió López a Claudia como sucesora? Sencillo: porque siempre fue la más sumisa, la que menos ideas propias llevó a la praxis política, la que mejor aparentaba que garantizaría la continuidad del proyecto. El detalle es que cada uno entendía eso MUY diferente. Para Claudia ha sido una visión romantizada de algo que ella cree que es un «movimiento social». El liderazgo de López siempre le pareció como una ruta para la transformación profunda de la sociedad, y no tuvo reparos en darle el apoyo condicional porque percibía una ventaja.
Y dicha ventaja es que esta no era una revolución armada, como la cubana, que impuso a un Fidel en el poder durante medio siglo. Claudia veía esta transformación como un proceso democrático en el que el liderazgo político se desarrollaría por dos líneas distintas. En la línea política, López sería el líder indiscutible durante 6 años. Es decir, su gestión presidencial. Concluida ésta, López se replegaría al verdadero «lugar histórico» que le correspondería, según Claudia y otros: la línea del liderazgo moral, eterno e infinito.
En el otro extremo, las expectativas de López eran más rudimentarias: Claudia había sido una lacaya incondicional durante los 18 años que tardaron en llegar a la presidencia, y durante los 6 años del sexenio. Y así debería continuar durante… el resto de su vida. No es un secreto que Claudia es más sofisticada, intelectualmente hablando, que López. Por eso ella sí se imaginaba un proceso con evolución y cambios. López no. Su cerebro es un cementerio de neuronas, y por ello él se imaginaba que después de 2018 nada iba a cambiar.
Allí donde Claudia se rindió a López porque creyó que la política mexicana se transformaría poco a poco, López escogió a Claudia para garantizar que nada cambie. Allí donde Claudia soñó con ser el relevo, López sigue soñando con que ella será una esclava. El problema de ambos -y en eso fueron idénticos- es que siempre vieron el momento decisivo como algo muy lejano, algo que existía en la teoría, pero que nunca llegaría en la práctica. Y, oh sorpresa, YA LLEGÓ.
Ahora López se enfrenta al hecho de que ya no va a ser quien controle desde las mañaneras la narrativa nacional, y Claudia se topa con que está a punto de convertirse en la presidenta (y eso, en un país profundamente presidencialista). La pesadilla de ambos. Ahora Claudia, de acuerdo a sus expectativas, debe tomar el mando para consolidar el proceso iniciado por López, y siempre bajo la guía moral y el ejemplo dejados por López, pero bajo el entendido de que ELLA ES la presidenta.
López, en cambio, ahora espera que Claudia no se crea ni dos gramos de que ella es la presidenta, y su expectativa es que ella simplemente obedezca, porque López no nada más es la guía moral, sino el jefe, el líder, el rayito de esperanza, el ÚNICO. Claudia ya empezó a chocar con que López no va a soltar el poder. Ya empezó a probar lo que van a ser los siguientes 6 años: López decide, López impone, ella se jode. Y López ya empezó a temblar porque el poder objetivo ya no lo va a tener él.
Cada uno a su modo ha luchado con tanta convicción por lo que cree, que ahora no les queda más remedio que destruirse. La viabilidad del proyecto es que uno acabe con el otro, porque NUNCA tuvieron el mismo proyecto. Y no se dieron cuenta. Es Freud y Edipo en su versión más deliciosa: Layo ordenando que Edipo sea abandonado con los pies destruidos por fíbulas, o Edipo asesinando a su propio padre porque chocan al llevar caminos encontrados.
Septiembre es el mes de la transición. Los 30 días para que, en teoría, se acabe el poder de López y nazca el poder de Claudia. En la práctica, sólo va a ser la preparación del campo de batalla. Para llegar a esto, López tuvo que someter al Poder Legislativo, y ahora intentará destruir al Poder Judicial. Era obligado para imponerse como líder absoluto e incuestionable. El problema es que lo está logrando hasta el final del sexenio, cuando ya se va de la presidencia.
Pero ¿acaso López va a renuncia al poder? Obviamente no. Por eso, ahora no tendrá más alternativa que destruir al Poder Ejecutivo, aunque Claudia sea su hija política. Un Layo es un Layo, en Tebas y en México por igual. Hasta el momento, la batalla empieza con los momios a favor de López. Ha logrado someter a Claudia en prácticamente todo, imponiendo un gabinete que pone a la nueva presidenta contra las cuerdas. Pero eso va a cambiar en un mes, en teoría.
En un país profundamente presidencialista, no es poca cosa el hecho de que Claudia va a ser la presidenta, objetivamente hablando. La batalla está a punto de comenzar, y se va a resolver con la caída de López, o con la destrucción de Claudia. Al tiempo.
*X del autor: https://x.com/IrvingGatell





