Por: Ana Ximena Monroy Martínez*

¿Quién no se ha encontrado a sí mismo despierto alguna vez? Masticando noche angustiosa, terrosa, insípida, insoportablemente dura como suela de zapato…

¿Quién no se ha encontrado alguna vez agazapado bajo cobijas de tristeza e incertidumbre? Respirando el aliento agrio que mana de los labios de la oscuridad, fumando oscuridad, bebiendo oscuridad, buscando con afán y rabia embriagarse de oscuridad, saturar el torrente sanguíneo de negrura con ciertos manchones de luz.

¿Qué sería de nosotros sin noches plagadas de sueños? Planes inconclusos, frustraciones que queman la garganta, dolores no corporales sino del alma, nombres de personas que vienen a la  memoria intempestivamente y causan una honda agitación.

Hay noches vestidas con abrigo de tormenta, luciendo pendientes de luz de luna que avanzan por las calles desiertas repartiendo besos que duelen y dejan una marca carmín.

Hay noches atiborradas de proyectos nocturnos, noches de fiebre, dolor y enfermedad, hay noches de cigarro y oración afuera de hospitales, noches gélidas de café y aliento entrecortado en las que el sentido huye despavorido cuando pareciera que no queda nada sino el insoportable presente.

Por el contrario, ojalá, ojalá ciertas noches no acabaran nunca, noches cálidas en las que la vida va, en las que la vida camina elegante y erguida, dejando una estela de perfume y el sonido de zapatos de tacón al alejarse…

Las noches sirven y han servido siempre para cobijar toda clase de cosas y situaciones en la caja fuerte de su oscuridad y su prudente silencio, sirven para lo derecho y lo torcido, para amar y matar al amparo de diminutas esferas de gas quemándose a años luz de distancia, indiferentes y aliviadas por no tener nada que ver con los asuntos humanos tan enredados y condenadamente complejos.

Si las noches hablaran… no habría internet que valiera ni papel suficiente en todo el orbe para recopilar las montañas de información que generosas, donarían a la causa.

Si las noches hablaran…probablemente contarían historias difíciles de creer, historias que pondrían de manifiesto lo mejor y lo peor de la humanidad, tantas miserias –dirían las noches—y aun así nunca dejará de valer la pena creer en ellos, en todos los que viven allá abajo, solitarios y buscando incesantemente un sentido que justifique el esfuerzo.

Oh si las noches hablaran…habría más sonetos que agregar a nuestro poema ya de por sí intrincado, habría fantasmas saludando con esa mueca burlona de quien sabe más que el resto, vestidos con aquella ropa que no se usa más, habría asesinatos ocultos a fuerza de tinta y papel bajo la palabra “accidente”, vendrían a cuento nombres de personas muertas, enterradas y olvidadas hace siglos, consciencias se ensuciarían, así como honores se limpiarían. Habría cabellos crispados y suspiros de alivio, muertes vengadas y esperanzas forjadas, sangre derramada, purificación, estruendos…

Más valiera que las noches no hablaran nunca, más valiera que las noches sigan siendo asiduas al silencio, nadie desea incomodarse y todo es mejor como está.

Hay frialdades que no vale la pena revivir y compromisos que no vale la pena sellar, pasajes olvidados largo tiempo atrás que fueron borrados por la ventisca de la modernidad.

Aunque no mejor estaríamos sin las noches, trocito de refugio con todo y faro, candelabro o luz de luna, con todo y mantel bordado de sueños olvidados al despertar, como si no se hubiera soñado nada, solo silencio y vacío, un mantel de silencio y olvido,  un poco raído por las pesadillas que de vez en cuando aparecen y vaya que atormentan y son recordadas porque aun después de despertar parecían fundirse con la realidad misma, aumentando el pánico.

No estaríamos mejor sin las noches y todo lo que conllevan porque son compañeras eternas de los días, necesarias para descansar. La mayoría son buenas o casi pues una mala noche la tiene cualquiera pero por la mañana hay más claridad y el mundo parece rendirse ante nosotros.

Después de tantos intentos fallidos por describir lo que no puede ser descrito, no queda sino afirmar que no hay nada como ver a la noche parir un nuevo amanecer y convertirse una y mil veces en madre de la esperanza, esa que llega puntual como la resaca con el primer llanto del alba.

*Facebook de la autora: https://web.facebook.com/ximena.monroy.9634

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