“Si la muerte pisa mi huerto,
¿Quién firmará que he muerto
de muerte natural?”.
Joan Manuel Serrat
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa…
venga forzado a cantar, cosas de poca importancia!
León Felipe
ACLARACIÓN PERTINENTE:
A diferencia de otros artículos, en los que procuro tratar temas de interés más o menos general, en esta ocasión y por especiales circunstancias, me he permitido compartir con mis lectores cuestiones puramente personales.
En un lapso de sólo 48 horas, la semana pasada fallecieron tres personas que de una u otra manera están mi círculo cercano.
En mi pueblo, murió el padre de mi querido amigo y compadre Eduardo Legorreta, don Gabino, a la provecta edad de 97 años. Miembro de una familia particularmente longeva, el hombre tuvo la fortuna de morir sin ninguna enfermedad y con mínimo sufrimiento. Simplemente, de acuerdo a la última revisión médica 8 días antes de su deceso, el agotado corazón del señor Legorreta ya no daba abasto a las necesidades de circulación de su cuerpo y, como el pabilo de una vela que se extingue lentamente al no tener cera que lo sostenga, la vida de don Gabino terminó pacíficamente, según me hizo saber mi amigo, a quien llamé para darle mis condolencias y quien estaba triste, pero sereno y conforme, después de haber disfrutado de la compañía paterna por poco más de 63 años, privilegio que no muchos tienen.
También en El Oro, al día siguiente de la partida del señor Legorreta, falleció la señora Lourdes Arroyo, madre de mis entrañables amigos –y con quienes me une un parentesco tan difuso como innegable, por nuestros abuelos chinos- Lourdes, Susana, Alan, Aldo y, por supuesto, Antonio Chew Arroyo. La señora Lourdes contaba también con una muy avanzada edad –aunque a una dama nunca se le pregunta ese dato- y su deceso obedeció, en el más amplio sentido de la expresión, a causas naturales. Sus hijos mayores disfrutaron de su presencia por poco más de siete décadas, en tanto que los menores lo hicieron por casi seis, ¡Una fortuna!
Quienes hemos podido acompañar a nuestros padres hasta su último día de vida, entendemos que nunca se está suficientemente preparado para el momento final, que el alma se dobla, que el pecho nos oprime el corazón y que el llanto aflora intentando paliar nuestro dolor.
Días o semanas después, llega el momento en el que la razón se impone a la tristeza y es entonces cuando la calma vuelve a nosotros, permitiéndonos disfrutar del placer de la evocación de nuestras personas amadas, gracias a esa maravilla emocional que es la nostalgia, llamada también “memoria del corazón” y que –a decir de García Márquez “elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos”.
Sin embargo, la partida que más me afectó directamente, por cercana, por prematura –de alguna manera- y aunque esperada, no menos dolorosa, fue la de mi cliente, amigo y ex socio Manuel Creixell, con quien me unía una relación desde 1982 y a quien fui cobrando afecto y respeto con cada año que pasaba. Creixell es una de las tres personas por las que el segundo de mis hijos lleva el nombre de Manuel, así de importante lo consideré siempre.
Narrar detalladamente en estas páginas las razones que fueron creando esa simbiosis particular que hubo entre nosotros por más de cuarenta años, sería muy difícil por lo extenso y lo lleno de detalles. Además, yo aún estoy procesando su ausencia.
En un muy superficial pero sucinto resumen, mencionaré que entre 1982 y ’88, la relación con Creixell se limitaba al trato cliente-prestador de servicios, aunque cabe destacar que por parte de Manuel hubo siempre una gran confianza y una buena disposición a aceptar las propuestas creativas que yo le hacía (algunas que sonaban a verdaderas locuras), respaldado, por supuesto, en la gran experiencia e infraestructura de Auditec, la compañía para la que yo trabajaba.
Ya independientes ambos, de 1989 a 1999, pasamos a una etapa en la que afrontamos proyectos importantes como asociados estratégicos, sumando fortalezas y yo sintiéndome siempre respaldado por la gran capacidad administrativa y logística de quien ya podía considerar mi amigo.
En ese lapso hicimos algunos viajes, tanto de capacitación e investigación como de visita a clientes, que consolidaron esa sociedad virtual, muy fructífera.
Cuando malas decisiones en el manejo de mi taller, lo hicieron económicamente inviable, la primera puerta que toqué fue la de mi amigo Creixell. Acudí a él y le expuse mi situación. Su propuesta –y tabla de salvación- fue asociarse conmigo en una empresa a la que invitamos a un tercer socio –ellos aportaron recursos frescos, yo maquinaria, herramienta y algunos materiales-, lo que me permitió seguir adelante en mi profesión.
En 2008, cuando el negocio estaba más o menos estable, Manuel tuvo el gesto generoso de ofrecerme en venta sus acciones y convencer al otro socio de hacer lo propio. El precio y las condiciones de pago fueron sumamente convenientes para mí. Esa separación en la sociedad no mermó un ápice nuestra virtual asociación en proyectos, ni nuestra magnífica relación personal.
Así llegamos hasta marzo del año pasado, cuando en una llamada para ultimar detalles de un trabajo que yo estaba produciendo para él, me informó que le acababan de descubrir dos tumores cerebrales, por lo que al día siguiente viajaría a Houston, donde sería operado dos días después. Quedé impactado, primero, por la brutal noticia, pero también por la entereza con que estaba afrontando mi amigo la situación.
Tras la intervención quirúrgica, las noticias empeoraron: la biopsia mostró la presencia de cáncer en el tumor extirpado; el otro, por lo comprometido de su posición en el cerebro, fue tratado mediante cirugía robótica con rayos gamma, una de las tecnologías más avanzadas en este momento.
A partir de allí, nada volvió a ser igual para mi amigo, quien estaba por cumplir 72 años. A pesar de su ánimo, de las posibilidades casi ilimitadas que le proporcionaba un amplio seguro médico y del recio combate que dio ante los malestares provocados por los tratamientos (quimioterapia, radiaciones, inmunoterapia), la situación para Manuel se volvía cada día menos esperanzadora. Varias cirugías adicionales –una tradicional y tres o cuatro más mediante el “cuchillo gamma”- no fueron suficientes para enfrentar con éxito la tendencia del cuerpo de Creixell a seguir produciendo pequeños tumores, imposibles de deshacer sin comprometer su integridad física.
Lo vi por última vez el 26 de mayo pasado, en su oficina, a donde a menos que no pudiera levantarse de la cama, insistía en acudir. Llegó tarde a nuestra cita –avisándome por mensaje, fiel a su formalidad- , lo vi cansado, débil, con movimientos torpes, malhumorado y… desanimado, como él mismo dijo.
Me contó que todos los tratamientos habían fracasado y que sólo quedaba una pequeña rendija, consistente en una medicina experimental, producida a partir de su perfil de ADN. Si conseguía recuperarse un poco y poder viajar a Houston, lo intentaría; si no, se retiraría a morir tranquilo.
No hubo ya recuperación que permitiera el viaje. Poco después de su cumpleaños 73, el 30 de junio, Manuel empezó a entrar en períodos de inconsciencia cada día más largos, hasta que –como él mismo me dijo 40 días antes- falleció tranquilo la tarde del 16 de julio, acompañado por sus dos hijas a quienes tanto amó.
Su funeral fue íntimo, circunscrito a la familia cercana. El 18 de julio por la noche, asistí a una misa en donde nos congregamos familiares y amigos frente a sus cenizas.
Sólo entonces pude asimilar su ausencia.
Sólo entonces, abrazando a sus seres más allegados, pude soltar las lágrimas contenidas, en un llanto sin tapujos.
Sólo entonces pude narrar y escuchar anécdotas que, en medio de la tristeza, nos arrancaron algunas risas.
Sólo entonces pude compartir con personas que podían entenderme, mi inconmensurable gratitud hacia quien, como pocos, me dispensó siempre una confianza ciega.
Pero también entonces, caí en la cuenta que la partida de Manuel Creixell representa para mí –nunca lo habría imaginado- una tercera orfandad.
¡GRACIAS!
Guadalajara, Jalisco, julio 21, 2024.
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