Por Juan Leyva V.

1958. Isidro Fabela anda caminando por allá, pero con la cabeza aquí; pensando en lo que es el alta política y publicando sus nostalgias vía el recuerdo.

Y dice:

“Atlacomulco, rinconcito grato, tu nombre me suena al agua de riego que corre traviesa por los barbechos; tu nombre deslizante y suave: A-tla-co-mul-co, me parece un poema de euforia cuando estoy aquí, y una nostálgica elegía cuando voy por lejanos rumbos caminando y pronunciando tus sílabas muy despacio y muy quedo, como si las rezara…”

2024. Yo, que no le llego a Fabela, pero que al menos tengo la decencia de no usufructuar su nombre y su obra para fines económicos –cosa que hacen políticos, juristas, burócratas y hasta taxistas-, la tomo como punto de partida para decirte, Atlacomulco, que llegas a 200 años de existencia formal, legal.

Eres mucho más viejo, claro. Pero de eso nadie se acuerda. Acaso ni tú mismo.

La mitad de mi corazón es tuyo y entre tus calles se va a quedar rodando por siempre. Te he amado con tus contradicciones y tus supercherías. Con la belleza que regateas al visitante. Con la monumental estupidez que va tropezando por tus calles y van perpetuando tus hijos. Te amo con mucha mayor profundidad que la muchedumbre de esos hijos –ellos sí nacidos aquí- a quienes les importas un carajo, y sólo te ven como fuente de recursos monetarios.

Pero eso no me ciega.

Atiborrado, incesante, maloliente, bendito-gay-beato, mocho, liberal, gárrulo, elitista, populachero, procaz y culto según convenga, ladrón y víctima de robo, desnudo de santidad perpetua, ciudad pueblerina de moral chiquita, anémico y pandémico; mordiendo siempre la cola de tus miserias.

Atlacomulco; eres el hampón que miran con recelo y la envidia secreta de la gente que no te conoce a fondo.

A-tla-co-mul-co, me parece un poema de elegía cuando pasan por el libramiento conductores de placas ajenas y son extorsionados por policías estatales, y una nostálgica remembranza de sus meretrices madres parte a diferentes rumbos, pronunciada por automovilistas que enfatizan las silabas muy rápido y muy fuerte, como si las rezaran…

Atlacomulco, eres la esperanza del político caguengue que se imagina rey por aparecer en una encuesta chafa.

Atlacomulco, eres el temor de que se desgaje un cerro y te acabe completa la Dos de Abril.

Atlacomulco, eres la maña que se te encajó en Tic-ti, con sus humos de marihuana y sabrá Dios qué más cosas, sus arsenales, sus restos de chilanguería y la gana de estar sentado en la banqueta los fines de semana.

Atlacomulco, eres la fascinación estúpida del que espera fumigar fumigadores a las 2 de la mañana, hurtándole el cuerpo a las cobijas, al descanso y al muy saludable sentido común.

Atlacomulco, eres botín del político guapo que un día se puso a contar cuentos hermosos que todos creyeron. Y así escaló, escaló; diputado, gobernador, presidente, hasta que todo el sueño se acabó en el consabido: y colorín colorado, la hipercorrupción nos ha chingado.

Atlacomulco, eres espantajo y esperpento de otro político que te usó y sigue usando para tapar sus deficiencias y contradicciones. “Huy, qué miedo, Atlacomulco”, le dice a sus crédulos quienes aplauden a rabiar, y seguirán haciéndolo hasta final de sexenio, cuando vean que, en verdad, tenía otros datos…y no eran buenos.

Salido de guerras ruines y otras ligeramente gloriosas, te despiertas cada día, para asistir a tu cotidiana ración de pequeñas desgracias: el borrachín que ya se estampó en el libramiento y, con suerte, no se llevó a un inocente (hecho que magnificará, con pésimo gusto, el texto de algún periodista analfabeta), el ulular de la Benemérita Cruz Roja; el vulgar raterillo que levantó la cortina de este local; las farderas que entraron pesando 60 kilos y salieron con 80; las cámaras que ven la falta administrativa del servidor público X pero que, casualmente, cerraron los ojos; la cocaína nuestra de cada día, a la espera de que llegue el fentanilo, sino es que ya lo hizo.

Tu historia está en tus murales; bella idea que un día se plasmó en callejones para disfrute de quienes te apreciamos, y desprecio del idiotita –nótese la ternura- que rayonea su propia raíz, mientras los callejones amanecen cagados por incontinentes nocturnos.

No es sorpresa, después de todo. Políticos y ciudadanos hacen lo mismo sobre tu historia día a día…

Este 4 de agosto viene otro aniversario para ti.

Felicidades. No habrá homenaje a lo grande por cosas de la derrota electoral. Pero eso no impide que te abrace con el corazón, porque te levantarás de esto como has aguantado todo.

Y por eso te amo, justo como se ama a un hijo enfermo.

Fotografía portada cortesía Rubén Garduño H: https://www.instagram.com/rubengh11/

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