Por Jacobo Gregorio Ruiz Mondragón*

Se dice que no se le tiene miedo a la muerte, sino al trance, ir hacia allá, la curiosidad de saber de qué se trata. Como decía André Malraux, puede que la muerte sólo tenga importancia en la medida en que nos haga reflexionar sobre el valor de la vida. Bien, pues la siguiente historia seguramente nos hará apreciar la vida o el sentido humano de los demás. No se trata de una vivencia personal sino de una historia producto de la lectura que ahora comparto con Ustedes y es contada en primera persona para darle mayor sentido.

Durante muchos años estuve laborando en el servicio forense y en ese tiempo me ocurrieron un sinfín de «cosas raras», como la que les voy a contar ahora. Cierto día, acudí a un local de una reconocida empresa de paquetería, debía levantar un cuerpo, al principio pensé que una persona había sido asesinada en ese lugar. Al llegar al sitio, ya estaba acordonado por la policía, de inmediato advertí la escena de un crimen brutal.

Resulta que personal de la empresa retuvo un paquete proveniente del norte del País, la razón es que se dieron cuenta de que  le salían gotas de sangre y decidieron abrirlo, ya que entre sus políticas está prohibido enviar carne, pues ésta necesita embalaje y transporte especial, pero al abrir la caja la sorpresa fue mayúscula: era el cuerpo de un niño desmembrado. Al llegar con mí equipo, levantamos el paquete para trasladarlo al forense, una vez ahí, procedimos a limpiarlo y a unir las partes. Durante el procedimiento se tomaron fotografías que más adelante servirían para la investigación, terminado el protocolo, se determinó que se trataba de un niño de aproximadamente nueve años, con evidentes marcas de maltrato y tortura.

Entre tantos casos e historias en el servicio forense, he aprendido que si se le «habla» al cadáver, facilita el trabajo. Por lo regular, si se les habla con cariño pareciera que colaboran con el proceso para después ser entregados a sus familiares, y en este caso, no fue diferente. Le hablaba al pequeño, le decía que todo estaba bien, que su calvario había terminado, también le dije que no se preocupara pues pronto estaría con sus seres queridos. Al concluir coloqué el cuerpo en uno de los refrigeradores de la morgue, a la espera de ser identificado y reclamado por sus familiares.

Minutos después, me habló una de mis compañeras, cuando llegué con ella me hizo notar un pequeño pero raro detalle en las fotografías, resulta que en las primeras fotos, el rostro del pequeño reflejaba una clara expresión de dolor y miedo, mientras que en la última foto, después de que su cuerpo estaba limpio y posterior a haber «hablado» con él, de alguna manera su semblante se notaba diferente, se apreciaba más tranquilo, incluso podría decirse que esbozaba una pequeña sonrisa, fue algo curioso pero nada extraño, pues no era la primera vez que notábamos esto en un cadáver. Como les digo, es sabido entre el personal forense, que ellos pueden escucharnos.

Pasaron los días y nadie reclamó el cuerpo, por lo cual mis superiores tomaron la decisión de que sus restos se depositaran en la fosa común, a lo cual me opuse, sentía feo que después de tener un triste final, ese niño no tuviera ni siquiera digna sepultura. Hablé con mis superiores y algunas autoridades y después de realizar diversos trámites, logré conseguir que me entregaran los restos. Organicé un funeral para él y lo enterré como si fuera un miembro de mi familia, me sentía tranquilo de que ese pequeño estuviera descansando en paz.

Muchos compañeros me agradecieron tan noble gesto con ese niño, aunque pronto me daría cuenta de que no sólo ellos estaban agradecidos conmigo por esa pequeña acción. Días después, mi Jefe me llamó para reprenderme, diciéndome: ¿Sabes qué no puedes traer niños a este lugar?… la verdad no entendía de qué me hablaba, así que contesté con cierta inquietud: si lo sé, respondiéndome: Entonces no vuelvas a traer a tú nieto por favor. Él sabía que yo no tengo hijos pequeños y que los únicos niños en mi familia eran mis nietos, sin embargo, seguía sin entender por qué me había llamado la atención, y es que su voz tenía ese tono de reprensión, así que no me quedé callado y respondí: ¿Como qué mi nieto?, él está en su casa, nadie viene conmigo, a lo cual me dijo: no se si me estas mintiendo pero acabo de ver a un niño detrás de ti, justo cuando entraste a tú oficina.

No tenía idea de que me hablaba, así que para evitar algún problema no insistí más y dejé pasar el asunto, pero a partir de ese día, muchos compañeros me hicieron el comentario de que en varias ocasiones observaron a un niño que pasaba corriendo detrás de mí, lo veían caminando a mi lado o por los pasillos. Incluso, me decían que podría tratarse del fantasma del pequeño al que le había dado cristiana sepultura, pensaba que se trataba de una broma bien planeada, hasta que unos estudiantes llegaron a realizar sus prácticas profesionales, y los cuales sin saber del niño, me aseguraron que continuamente veían pasar a un pequeño caminando detrás de mí.

Debo decir que jamás me asustó o me hizo alguna travesura. Lo entendí como si me estuviera cuidando a manera de agradecimiento por haberle sepultado, aun así consideré que era tiempo de que se fuera con Dios. Así que tomé la decisión de acudir a la tumba donde descansan sus restos, comencé a hablarle con calma y mucho agradecimiento, diciéndole que era momento de partir e ir con el Creador, para finalmente pedirle: ¡ándale!, vete a descansar. Curiosamente, desde ese día, mis compañeros ya no volvieron a ver a ese niño caminando detrás de mí o en las instalaciones de la morgue, creo que por fin, el pequeño encontró el descanso eterno y finalmente está con Dios y con los suyos.

Tendencias