Por: Ana Ximena Monroy Martínez*
Resulta digno de observarse que la raza humana en su vanidad abundantemente alimentada por sus fabulosos hallazgos, en el regocijo omnipresente que sólo puede proveerle el hecho de nadar en sus riquezas monetarias, siga contra todo pronóstico dependiendo absurdamente de un líquido transparente, incoloro, inodoro, insípido e infinitamente misterioso, que no puede ser creado en esos blancos, limpios y modernos laboratorios grandemente elogiados. Un líquido potente y perturbador, tan viejo y sabio como el principio de todo, que parece contener en sí mismo la llave que abre el baúl ya roído por el tiempo incontable en que la vida ha sido guardada celosamente ahí.
Podríase pensar que nuestro planeta no era distinto al resto, no era bello ni bueno, con ese tamaño nada destacable y ese color aburrido y anodino. En definitiva podríase pensar que ese planeta perdido en la inmensidad no era de importancia alguna para nadie, que un día no muy lejano acabaría siendo historia como tantos otros planetas: sin dejar siquiera sombras. En cambio, sucedió que hizo historia y se convirtió en un caso insólito, en un hito de la creación pues de algún modo abstracto e incomprensible aún, algo o alguien sopló sobre la Tierra la clave para germinar la semilla de la existencia.
Se podría jurar que ese algo o alguien se afanó en preparar una gran cazuela de sopa pero ésta resultaba insípida, le faltaba un sutil sabor a nube, una pizca de tormenta y tiempo, un tiempo premeditadamente largo para dejar que se enfriara pues cualquier despistado que comiera de ella, se quemaría.

Al final, el agua se convirtió en el ingrediente secreto, ideal e imprescindible para crear seres complejos y un hogar acogedor y agradable para todos ellos, aquel que hace crecer sus alimentos y la vegetación que embellece todo con elegancia y sin sombra de pretensión, que cuando moja la tierra desprende un olor tan grato que uno se siente pleno, el olor de la felicidad.
Tal vez te parezca de lo más insignificante y desperdiciable que hay en la vida porque ¿qué vale una sola gota comparada con un par de pendientes de perlas o un collar de diamantes? ¿Qué puede valer un vaso de agua si tienes un pozo de petróleo o un banco?
Sin embargo, comienza a divisarse en el horizonte que tiende a haber más billetes que gotas de agua en este bello mundo nuestro y por supuesto, por mucho que lo intentes jamás podrás beberte un billete con todo y la cara de un caudillo y sus leyendas patrióticas, a estas alturas ya sabrás que el dinero nunca podrá hidratarte el día que la civilización colapse.
Muchas cosas enloquecen al hombre, pero ninguna tan evidente como el hecho de saber que no controla su permanencia como especie dominante en su propio hogar, que no tiene injerencia alguna en la abundancia o carencia de los ingredientes necesarios para la gran sopa de la existencia, por ello mira con insistencia hacia arriba, no se cansa de mirar y no cesa de hacerse preguntas para sus adentros y toda esa incontrolable oleada de preguntas termina en un débil ¿Cuándo va a llover?

La temporada de lluvias es esperada con anhelo desde el principio pero éste crece hasta volverse apremiante conforme andamos en el camino de la historia; hombres y bestias ejecutan una frenética danza en medio de la sequedad y el calor, sus ojos se elevan a los cielos, opacos de tanto esperar y ahora que la tierra se agrieta bajo el inclemente sol que pesa como el hierro, que los asfaltos hierven y la gente muere incapaz de resistir las altas temperaturas, que no hay ser vivo que no sea obligado a encorvarse bajo esa enorme masa de calor, cuán necesaria se vuelve la espera por ese bailarín y caprichoso líquido.
Y cuando por fin llega, más tarde que nunca, más frenético, más impetuoso e indecentemente salvaje, sólo podemos susurrar un titubeante “gracias” esperando no ser arrastrados por semejante fuerza pues en verdad la vida del hombre es como la hierba rala que crece en los bordes de la carretera, que, al menor soplo de viento, se agacha. La vanidad es una grave tentación.
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