Por Antonio Corral Castañeda*

Continuando con la temática de nuestra Revolución Mexicana, la siguiente historia o incidente fue narrado en el libro ¡Ola Atlacomulco!, de Víctor Ceja Reyes, y refiere que “de cuando en cuando llegaba al pueblo, procedente de México, el Tío Salustio Pérez, con el objetivo de visitar a su familia. Era em realidad un hombre importante, digno de admiración: recto, serio, apuesto e invariablemente llevando sobre sus hombros su peculiar capote militar y su pelerina gris. Le gustaba en los atardeceres jugar dominó y la inquietud de los chiquillos estaba siempre cerca de él, presentando sus jugadas. En honor a la verdad representó sin saberlo el papel de maestro”.

Pero, además, el Tío Salustio Pérez había sido protagonista de una historia excepcional y por demás dolorosa, acaecida en tiempos de la Revolución Mexicana, aquel movimiento armado que sacudió al país y durante el que se suscitaron una infinidad de casos dramáticos cuanto trágicos.

Aconteció que cierto día, con razón o sin ella, el Tío Salustio fue arrestado y hecho prisionero. Se comenta que al tener conocimiento de ello su hijo mayor, cuyo nombre es lo de menos (la acción es lo demás), se encaminó al lugar donde su padre estaba detenido y con una admirable firmeza y hasta con sublime temeridad se dirigió al jefe de tropa diciéndole:

“Este señor no es la persona que buscan; Salustio Pérez soy yo; déjenlo libre”.

Como en esos tiempos tan agitados no le hacían gran caso a la formalidad de las declaraciones y con mucha facilidad simplemente se creía o no, los captores expresaron escuetamente: “Ah conque este no es”. Y sin siquiera comprobar si esa declaración era o no cierta, si efectivamente el que tenían preso no se trataba de Salustio Pérez y era el que recién se había presentado, la disposición fue determinante y dramática la orden:

“Cuelguen a este otro”.

Y así lo hicieron, de tal forma que el cuerpo del hijo. Que acababa de dar su vida por quien a él se la había dado, quedó oscilando colgado de la rama de un árbol.

Así fue como el hijo primogénito fue sacrificado como Salustio Pérez y éste siguió con vida. El relato no deja de ser trágico y si en todo se apega a la verdad, no podemos más que decir:

¡Qué gran ejemplo y qué enorme hazaña!

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