Por Gabriel Escalante Fat
“Viajar te deja sin palabras
y después te convierte en un narrador de historias”.
Ibn Battuta.
Supongo que la mayoría de los lectores que atienden mis textos, saben que soy originario de El Oro, tierra a la que amo profundamente, en la que nací hace poco más de 63 años.
Desde muy pequeño supe que el estilo arquitectónico de El Oro es ecléctico, que no obedece a los estándares de las ciudades y pueblos fundados por los españoles, con trazos en cuadrángulos y espacios predeterminados para el templo católico, la plaza principal, las oficinas gubernamentales, mercado, rastro, etcétera. No, mi pueblo fue fundado alrededor de un hecho casual –el hallazgo de vestigios de oro en el río hoy llamado por eso “La Descubridora”- y en consecuencia, su crecimiento fue caótico, en oleadas irregulares y obedeciendo a la inmediatez más que a la planificación.

De mi infancia guardo imágenes de construcciones tan interesantes como destartaladas, puros recuerdos de una época de supuesto esplendor que desde luego, no me tocó vivir. Edificios que amenazaban con derrumbarse por su propio peso si alguien no hacía algo para evitarlo. Calles llenas de baches en las que era complicado circular. Casas abandonadas, con leyendas tejidas más por la imaginación que por hechos comprobables. Un primitivo sistema de alumbrado público que mantenía al pueblo en penumbras al caer la noche. Y sobre todo aquello, la esperanza de que algún día, aquella mítica bonanza regresara y reconvirtiera a nuestro pueblo en aquella ciudad de maravillas narrada por los pocos ancianos que no habían emigrado con la decadencia.
Por suerte, siempre hubo personas que se resistieron a abandonar el pueblo y otras que hicieron aun más, poner ingenio, dedicación y trabajo para rescatar poco a poco aquellos mudos testigos de la época gloriosa de El Oro.
El rescate del Teatro Juárez representó la primera de esas acciones para preservar nuestro patrimonio histórico, entre 1970 y 1972. Ya he narrado aquí que con rifas, aportaciones de aurenses –la mayoría viviendo fuera del municipio-, préstamos y el invaluable trabajo de don Ángel Castillo (presidente municipal) y el talento y entrega del maestro Enrique Monroy “Torrica”, se consiguió regresarle la dignidad a ese edificio inaugurado en 1907.
El Programa de Remodelación de Pueblos, emprendido por el entonces gobernador Carlos Hank, le dio una buena lavada de rostro a mi tierra. Sus calles principales volvieron a ser transitables, sus fachadas fueron resanadas, ocultando las cicatrices que el paso del tiempo les habían infligido y las noches dejaron de ser tan oscuras con la instalación de algunas luminarias mercuriales.

A partir de entonces, cada presidente municipal que pasó por el palacio neoporfirista, icono del pueblo –con sus excepciones, desde luego- algo hizo en pro del embellecimiento del pueblo. En el período de gobernador de Enrique Peña Nieto (2005-2011), se creó la denominación “Pueblo con Encanto”, inspirado en el programa de Pueblos Mágicos creado en la administración de Vicente Fox, que era algo así como una segunda división para las localidades que tenían “algo” pero que no alcanzaban a cubrir los requisitos para ser “mágicos”. El Oro entró en esa clasificación.
Entonces llegó a la presidencia municipal Gabriel Pedraza, un alcalde terco –en el mejor sentido de la palabra- que se puso como meta conseguir la denominación “Pueblo Mágico” para El Oro, categoría que ya tenía nuestro vecino Tlalpujahua. Casi tres años, trescientos trámites y tres mil mentadas de madre después (el pueblo estuvo a oscuras y lleno de zanjas por largos meses, consecuencia de las obras para instalar el cableado subterráneo), con restauraciones conducidas por el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), y con la mira bien fija en su objetivo, el 23 de noviembre de 2011, por fin se consiguió el anhelado galardón que –hasta la llegada de la 4T- significaba asesorías, promoción y partidas presupuestales especiales para los municipios que alcanzaban tal categoría.
Los sucesores del ex alcalde Pedraza Sánchez han hecho lo suyo para continuar con las acciones, tanto de mejora como de mantenimiento y capacitación que se requieren para conservar la categoría de “Pueblo Mágico”, aunque se han enfrentado a no pocas dificultades.

La primera de ellas fue la suspensión, desde enero de 2019, de la partida presupuestal especial para Pueblos Mágicos, producto de la nula visión empresarial del Gobierno Federal y de la ineptitud del titular de SECTUR, Miguel Torruco Marqués.
Súmese a este recorte, el desprestigio que recientemente ha adquirido la denominación, que ahora se la dan casi a cualquier municipio que la solicite, sin pasar por los estrictos filtros que se requerían en los primeros años de este programa. Actualmente son ya 177 y puedo apostar que un buen porcentaje de ellos están allí sin los debidos méritos.
Isla Aguada, Campeche, Comonfort, Guanajuato, Cocula, Jalisco, San Pablo, Oaxaca, Frontera, Tabasco o Sisal, Yucatán son inexplicablemente Pueblos Mágicos y no pueden competir con lugares como Orizaba, Valladolid, San Cristóbal de las Casas, Valle de Bravo, Dolores Hidalgo o Taxco, ciudades que cuentan con tradición e infraestructura turísticas desde hace décadas.
Por el contrario, esos pueblos nombrados “al aventón”, desprestigian la denominación, causando desorientación y desilusión al potencial turista que, al no cumplir con sus expectativas, podría dejar de visitar otros destinos. Una ojeada a las redes sociales confirma dicho desprestigio. Cito algunas opiniones al respecto, algunas algo ofensivas:
“Sólo para ver, de rápido, su iglesia. Fin”. Tlalpujahua, Mich.
“Todos los pueblos mágicos son iguales, cinco o seis cuadras de casas pintadas del mismo color y todo lo demás horrible”.
“No me acuerdo cómo se llama, pero es donde está el Hotel California, es horrible”. Todos Santos, BCS.
“¿Cómo es posible que un pueblo sin una sola gracia (las presas se secaron) sea pueblo mágico?” Calvillo, Ags.
“Los municipios pensaron que poner letras en grande de colores PUEBLO MÁGICO ya se le iba a quitar lo culeros”.
“Literalmente son como 2 cuadras a la redonda del centro de casas tipo colonial, de ahí en fuera, puras construcciones feas”. Coscomatepec, Ver.
“De las cosas más aburridas que se pueden encontrar, un par de calles con focos y sombrillas, y ya”. Jilotepec, Edo. de Méx.
“Sólo es como 3 calles de pueblo bien, lo demás muy insípido”. Huasca, Hgo.
“Muy decepcionado, no hay oferta hotelera, no hay oferta gastronómica, sus atractivos son limitados, si acaso para ir un día”. El Oro, Edo. de Méx.

Otro factor que frena la consolidación de El Oro –y supongo que de muchos otros pueblos- como punto de atracción turística y que haga de esta actividad una fuente considerable de ingresos, empleo y desarrollo social, es la falta de profesionalización en los prestadores de servicios y probablemente el difícil acceso a financiamiento para que sus establecimientos tengan altos estándares de calidad.
La estrechez económica obliga al pequeño empresario a buscar con urgencia el retorno de su inversión, por lo que no se atreve –o no sabe cómo- a gastar en mobiliario de calidad, en equipamiento moderno o en la contratación de un chef profesional o un administrador con experiencia en hotelería.
Debe quedar claro que la señora que guisa platillos exquisitos no se convierte, automáticamente, en una gran restaurantera; que la familia que tiene su casa impecable y que atiende de maravilla a sus visitas, quizá carece de conocimientos para administrar, aunque sea un pequeño hotel.
A consecuencia de estas improvisaciones, el turismo de alto poder adquisitivo y largas estadías se aleja de los Pueblos Mágicos, porque no le ofrecen los niveles de confort a los que está acostumbrado y dispuesto a pagar. Entonces, los pueblos deben conformarse con el despectivamente llamado “turismo galletero”, que por lo general llega en excursiones en autobús, en transporte público o en su automóvil –desde una ciudad cercana-, gasta lo mínimo y si acaso pernocta una noche. Intenta llevar algunos alimentos desde su casa o comprar latas, galletas y refrescos en la tienda de abarrotes (de allí la despectiva calificación). Como resultado, la derrama económica es baja, las calles del pueblo se saturan y la fama de la localidad no se traduce en recursos y progreso. Un círculo vicioso difícil de romper.
Una posible solución, poco explorada quizá por temor de las autoridades municipales, sería buscar por todos los medios –con toda clase de incentivos- inversión foránea de empresas con experiencia y prestigio. La competencia, lejos de acabar con la incipiente industria turística local, impulsaría la profesionalización y calidad de la misma, con todos los beneficios que este fenómeno acarrearía. Para ello, desde luego, se necesita visión, mentalidad abierta y voluntad de actuar.
¿Tienen los ayuntamientos de los Pueblos Mágicos esas cualidades? ¡Me gustaría pensar que sí!
Guadalajara, Jalisco, Mayo 15, 2024.
FB Gabriel Escalante: https://web.facebook.com/gabriel.escalante.31542





